LUNES 24 DE ABRIL DE 2000

Ť La obra vence el problema del nacionalismo, dice el director Paolo Magelli


Las tres hermanas, de Chéjov, certeza de que la situación siempre será la misma

Ť El montaje del grupo croata ZKM, amargo y decadente

Renato Ravelo, enviado, Santafé de Bogotá, 23 de abril Ť La comedia Las tres hermanas, de Chéjov, desde la entraña artística que componen el director italiano Paolo Magelli y el grupo croata ZKM de Zagreb, tiene un tinte amargo y decadente que envuelve el ambiente como la certeza de que quizás en 200 años las cosas mejoren, pero "dentro de mil volverán a ser la misma mierda de antes".

El escenario es un viejo cine, de esos que son patrimonios nacionales pero que están en espera de que la inercia gubernamental llegue a componerles las sillas desvencijadas y las paredes de pintura carcomida. En tanto, una grada inmensa de madera amontona a los espectadores, quienes han entrado ávidos de ver lo que hace dos años fue considerado el mejor espectáculo del festival. El nombre, por cierto, hace honor a esa rancia majestad: Teatro Faenza.

Al frente, la disposición de un hall, con piano de cola, escritorio y sillas; a la derecha un gran comedor; al fondo, sobre la tarima, una mesa de billar, un sillón y un ropero. Un candelabro cuelga del techo. El piso del hall es de arena.

croacia El decir propuesto por Antonio Chéjov en 1901 y apoyado en la dramaturgia para esta puesta en escena de Zelijka Udovic, comienza su transcurrir: se recuerda el santo de Irina, la menor, mientras Masa se muestra afectada por la vida de casada que tempranamente debió optar, y Olga, la mayor, lamenta que a sus 28 permanezca soltera como maestra.

El padre es figura presente aunque es evocado como el muerto que da origen al tedio de la vida de ellas, así como de la frágil situación del hermano, cuyos talentos están a punto de malograrse tanto en su carácter académico como artístico, a causa de un apresurado matrimonio. Y todos quisieran estar en Moscú.

El grupo ZKM Theatre Zagreb, con una tradición desde 1948, es impulsado por Magelli para que ocupe todos los espacios del amplio escenario, que sea significativo que el padre tira su brindis a la arena, mientras los demás invitados a la pequeña celebración alaban la belleza de la joven Irina.

Esos otros invitados, al final de cuentas, pasan a dar significado a la vida de las tres hermanas. Un rudo militar de la nueva guarnición que ha llegado al pequeño pueblo, un barón que en su vida ha trabajado y por el momento se dio de alta en el ejército, y el nuevo oficial, proveniente de Moscú con su esposa e hijas. Además de dos jóvenes soldados

Los parlamentos en croata suenan como el agua que cae, casi siempre con cierta violencia sobre un balde de metal, aunque por algún extraño truco eso en lugar de molesto es seductor. Por el audífono el intérprete pierde casi siempre una parte de lo que se dice. Pero la presencia sonora pasa a ser fundamental.

Importante presencia en este montaje de los diálogos que se suceden es el diseño de sonido, a cargo de Ljupce Konstantinov. Porque no es solamente la música como tal la que termina por jugar un papel resolutorio dramáticamente, sino el aspecto de la concepción sonora de lo que no es actuación, por lo que de repente pueden aparecer atrás sobre la tarima del cine una niña con acordeón y un señor con guitarra, que no le agregan nada a la trama, sino fluidez.

Fluidez que ayuda a que las casi tres horas del espectáculo Las tres hermanas y se convierte en esa sensación visual del polvo que durante el intermedio se levanta y se ilumina de un rojo incendio, o de Prozorov sobre el candil recordando desde esas alturas que quizás todo lo que creemos no sea sino una apariencia. Contacto emotivo que las tres hermanas, al piano, flauta y violín, terminan por sellar con la interpretación de una melodía que, entonces se cae en la cuenta, ha acompañado todo el transcurso de la obra croata que, como una lección extra de lo que el arte puede reconciliar, obtuvo el primer puesto en el Festival Internacional de Teatro de Sarajevo.


Ť Mi fin, decir algo en el mundo

Renato Ravelo, enviado, Santafé de Bogotá, 23 de abril Ť Cuando Paolo Magelli camina, embiste el espacio. Nació en Toscana el 3 de marzo de 1949, pero desde 1983, cuando firmó un manifiesto en contra de la corrupción del teatro en Italia, no dirige una obra en su tierra. A él no le importa, pues en su formación se enganchó a las lenguas eslavas y trabaja lo mismo en Eslovenia que en Croacia. En las puertas del antiguo cine Farenza se le pudo ver con su mirada estrabista encendida, prometiendo la entrada a quien ya no alcanzó boletos para su obra.

Cuando al siguiente día se comparó la escena con la subida a un barco se enfada, en parte por la extraña traducción que hace Giorgio Ursini ("no entendí la pregunta, hablaste muy mexicano"), en parte porque Magelli es así, cuando no se le ve enternecido con alguna mujer, como toro manso, se enfada: "prefiero en realidad que en mis funciones no haya tanta gente. Me molesta que al final la gente no vea lo que yo quiero'', sostiene.

El crítico de teatro Fernando de Ita lo describe como el tío Lucas, pero ciertamente esa mirada profunda, ese caminar como quien reta al espacio a que lo detenga, no va con el gracioso personaje. No sólo en Italia, también se manifestó contra el régimen de Ceausescu en su momento, y cuenta que en Croacia decidió fundar su propia compañía en un teatro bombardeado, "cuando el régimen imponía todo un repertorio de textos cretinos", dice el director que en su formación en el Teatro Metastasio compartió trabajo con Roberto Benigni.

Fue así que se acercó a cinco autores rusos clásicos, Chéjov entre ellos, con lo que generó una polémica en Croacia. Con Las tres hermanas, hace dos años, Magelli vino a Colombia. Triunfó. Cuando al término del festival se decidió que Croacia sería el país invitado, se supuso que se habría de escoger una obra en particular de un autor croata.

Magelli recordó un montaje que hizo como parte de un seminario hace un lustro en Francia: La fiesta del reino, de Miroslav Krleza. En una jornada de 1915, en medio de la guerra, entre las ocho de la noche y las siete de la mañana, Krleza escribió esta pieza que adelanta el expresionismo alemán, que permitió a Magelli obtener el absurdo estético plasmado en el cine en películas como Underground.

Pero Magelli no sólo habla de sus batallas políticas o marginales. Cuando se le cuestiona sobre el autor italiano Luigi Pirandello no le da la vuelta y desarrolla toda una teoría: "Nunca se podrá montar un buen Pirandello en Alemania, y en Francia hay un problema con su temperamento, que pone todo sobre la palabra. En Pirandello la cosa más importante es la posibilidad de la mente de improvisar con el sentimiento''.

Pirandello sirve para América Latina, opina Magelli, porque tiene esa conflictividad, ese sentido de la liberación -ligado originalmente al fascismo-, pero que tiene que ver con todo lo que uno se reprime, con todo el pequeño fascismo que, por ejemplo -menciona-, ejerce un señor en una ventanilla mientras lee su periódico y uno trae prisa por abordar un avión.

Sin embargo -opina-, en un pueblo donde lo social es una tendencia, como Gran Bretaña, difícilmente es un problema astral el conflicto que Pirandello plantea. Desde su origen, el autor italiano, que para algunos revoluciona el teatro con sus ''seis personajes en busca de autor'', estaba perdido, dice Magelli: ''un siciliano que estudia filosofía en Bonn es una naranja muerta''.

En su montaje de Las tres hermanas Magelli no lo puede desligar de su génesis hace cuatro años "como una forma de vencer ese estúpido problema del nacionalismo, al poner en escena un clásico ruso".

Chéjov es genial, opina. Busca siempre la peor parte de sus personajes. No existe lo positivo para él, realiza un juego por la periferia, lo marginal del carácter, de manera que uno se plantea que no puede vivir de manera coordinada. En el momento drástico de la trama, sin embargo, Chéjov se compromete y nos entrega una esperanza irónica, porque lo que él siempre quiso hacer es tomar la vida como un modelo par divertirse en contra de la propia vida.

Magelli, cuando quiere, es poético: "montar una obra y lograr decir algo es el mundo".