Antesala

Batman y el Libro de los muertos. Para no variar, el Grupo Editorial Vid y DC Comics nos envían una nueva aventura del hombre murciélago en dos tomos, donde se realiza un melting pot alucinante entre extraterrestres, mundos paralelos, túneles de gusano (por los que se supone que puede viajarse en el tiempo) y dioses egipcios (entre ellos el dios Murciélago Dekhrun, antepasado casi tan oscuro como el Batman que perfiló Tim Burton). El Libro de los Muertos más famoso es el tibetano, llamado Bardo Todol; una especie de Guía Roji o instructivo para que los fallecidos puedan librar con destreza y elegancia las distintas aduanas para disolverse en el Todo (y no reencarnar en mosca panteonera o en pelícano de Los Cabos), versión ciertamente más lógica y amable que nuestro Más Allá poblado de juicios sumarios, voces en dolby e infierno de El Bosco, si bien nos va. Este Libro de los Muertos (el de Batman) es, en cambio, un recetario de película de Indiana Jones. Sin embargo, la factura hiperrealista de los dibujos, la calidad de la impresión y el rebuscamiento ciertamente barroco de la trama, proveen al (a la) fan del cómic de razones más que suficientes para comprarlo y coleccionarlo. Así que ya sabe usted, lector(a) coleccionista de fanzines posmodernos: por cuarenta sobrevaluados y desaparecidos machacantes (¿por qué será?) puede adquirir cada uno de estos dos tomos de Batman no para escapar de la realidad nacional que tanto nos agobia, sino para encontrar, quizás, nuevas respuestas en el fantaseo por otros tiempos y otros mundos (que no sean los de Jaime Maussán, quien -con varias abducciones a cuestas- cada día se parece más a los engendros que él y sus contlapaches dicen que ven).

¿Volver a la realidad? Ahora, esta Antesala los invita a dar una vuelta por los únicos mundos que de veras extrapolan nuestro microuniverso y nos llevan a viajar por otras mentes y otros paisajes: las ideas y la imaginación, que es como decir el ensayo y la literatura, las revistas y los libros. Empezamos por Metapolítica, revista trimestral que va en su cabalístico número trece, volumen cuatro, y es un órgano de reflexión política que edita el Centro de Estudios de Política Comparada (CEPCOM). El número más reciente contiene un dossier coordinado por el filósofo Agapito Maestre, Esteban Molina y Javier Campos Daroca, se titula ``Volver a los clásicos'' y nos presenta una serie de ensayos donde se analizan las lecturas que los clásicos contemporáneos han hecho de los clásicos Clásicos, por decirlo de alguna manera: Foucault lector de los estoicos, Arendt lectora de Marx, Lefort lector de Maquiavelo, Nussbaum lectora de Aristóteles, etcétera. La gran introducción al dossier es el ensayo de Maestre: ``¿Cómo leer a los clásicos?'' Metapolítica cuesta cincuenta sobrecalentados y puede usted adquirirlo en los locales bajo techo de su preferencia.

¿Vivir/morir en/por la poesía? La revista de poesía Alforja, en su número once, desde su editorial hace un repaso de los poetas y escritores que no lograron acompañarnos a cruzar el umbral del milenio: Alberti, Paul Bowles, Germán List Arzubide, Joaquín Antonio Peñalosa, Ginsburg y Burroughs, Carlos Illescas, Vicente Gervasi, Paz y Sabines y un largo etcétera. En el interior de la revista, Eduardo Casar nos presenta a ``Tres poetas de humor'', cuya gracia (mérito paterno/materno) empieza desde los nombres: Margarito Ledesma, Aquiles Nazoa y José Batres Montúfar. El propio Casar cierra haciéndose el chistoso (y lo logra). Asimismo, podrá encontrar usted, lector(a) que no frecuenta el chistorete en verso, entrevistas, ensayos y por supuesto poesía, mucha poesía, de todos los colores y sabores, de vivos y muertos, incluso de vivos que se pasan de vivos, y muertos que ya están demasiado muertos. En fin, que esta revista estacional (invierno de 1999-2000) que no tiene precio (literalmente: no aparece el precio por ningún lado) ya está en alguna parte a disposición del (de la) lector(a) que tenga dotes de adivinador, perseverancia de detective privado o mente deductiva de Miss Marple.

¿Repensar el lenguaje y la literatura? Bueno, eso es lo que propone la Universidad Autónoma de Puebla a través de sus publicaciones Escritos, revista semestral del Centro de Ciencias del Lenguaje que ahora edita este número doble 19/20, y Crítica, publicación bimestral que raya el número 81 correspondiente a abril-mayo de 2000. La primera es un órgano para especialistas en alguna de las múltiples ramas del gran árbol del lenguaje: especialistas en códices, lingüistas, semiólogos y antropólogos. Si usted, querido(a) lector(a) que de lengua se echa un taco, entiende el siguiente título: ``Por una sociosemiótica tensiva. La figura del `ultimátum''', corra a su librería favorita con ochenta casi dolarizados en la bolsa y cómprela. No se arrepentirá. La segunda, Crítica, publica textos de nuestros añorados ex colaboradores Juanito Bananas (Villoro) y Víctor Sosa (quien es un maestro de la desaparición y la reaparición en donde menos se espera); el primero habla del legendario Alvaro Mutis y sus temáticas circulares; el segundo, de la poesía de Cavafis. También encontramos un sabroso ensayo de Antón Arrufat sobre Lorca. De precio supermódico para el excelente contenido (veinte ``bajen-la-liquidez-a-ver-si-así-nos-aguanta-hasta-diciembre-y-que-otro-cargue-con-el-error''), le recomendamos que busque y compre este y todos los números de Crítica que encuentre en librerías.

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Bazar de asombros


SILOGISMOS DE COLORES Y HASTA PRONTO

Para Sonia Diego, maestra en suspicacias

La cámara fotográfica alemana hace todo lo posible para auxiliar al ojo, la sensibilidad y la imaginación del artista... y lo logra en buena medida. No tiene la versatilidad, el alcance y la precisión del ojo humano, pero es un elemento esencial en la tarea de complementación técnica del pensamiento artístico.

El notable fotógrafo Gonzalo Alcocer nos propone un recorrido por la diversidad queretana en ciento sesenta y ocho imágenes verticales. Lo titula Querétaro a lo ancho. Ambas se apoyan y de su unión resulta una perspectiva cercana a lo que nuestros ojos captan cuando el asombro ante un paisaje, un rostro o una manifestación del arte, los obligan a poner en juego el prodigioso mecanismo creado por la contradictoria y siempre novedosa madre naturaleza.

El contrastado paisaje físico, humano y artístico del estado de Querétaro es el tema principal de esta aventura. Aquí están las misiones franciscanas de la Sierra Gorda con su ingenuo barroco, su fuerza expresiva proveniente del alma indígena y las figuras de la utopía franciscana fincada en la más amplia y generosa noción de hermandad entre todos los seres de la creación. La fantasía de ``los naturales'' formó una nueva idea del barroco hecha de sirenas de tierra adentro, hermanos soles, hermanas lunas, el santoral franciscano y los símbolos de una apasionada búsqueda de la armonía ecológica.

Aquí está el barroco de Santiago de Querétaro con sus delirios de la forma, sus geometrías decorativas y la misteriosa alma morisca latente en el fondo de los diseños del alarife Mariano de las Casas. En la sombra de la sacristía de Santa Rosa viven los ``silogismos de colores'' que dan sentido al retrato de Sor Francisca Neve, la más bella y perturbadora de nuestras monjas barrocas. La cámara de Gonzalo Alcocer detiene el momento y nos hace pensar en Sor Juana Inés de la Cruz, la madre soltera de nuestra poesía, y en su precisa descripción del anhelo frustrado del arte barroco: ``es un resguardo inútil para el hado''.

Aquí están los valles de la azarosa agricultura, las cascadas que inventan los ríos venidos de la Huasteca, los desiertos en los que sigue malviviendo la adolorida y fuerte familia otopame; las ruinas de los mundos tolteca y azteca situadas en la ruta del mercurio y obsesionadas por su ritual juego de pelota. Aquí están los bosques de coníferas, las luces salidas del alma mineral del misterioso ópalo y, sobre todo, los rostros de las gentes nacidas de la mezcla de razas y de los grupos indígenas convertidos por la historia, la maldad y el descuido en extranjeros en su propia tierra.

Cruce de caminos, punto de partida de misioneros enamorados de la fe y de la proeza; testigo de momentos históricos fundamentales en la vida del país, el estado de Querétaro muestra en estas obras del arte fotográfico algunos aspectos de su forma de ser en el mundo. Aquí están sus amanecidas de colores tenues y el esplendor de los atardeceres celebrados en el Aleph borgiano. Es la última hora de la tarde y un sigiloso rayo violeta cruza el cielo y culmina la tarea del crepúsculo. Las torres de Santa Rosa de Viterbo reciben la primera visitación de la luna y la ciudad navega hacia la noche nueva. La cámara fotográfica testimonia el milagro cotidiano e inventa su manera de celebrarlo.

Cada vez que puedo voy a Querétaro y me siento en una banca para ver el crepúsculo reflejado en los cuerpos de la iglesia de Santa Rosa. Me gusta ir a Querétaro aunque, de repente, una mirada sesgada o directamente furibunda de alguna persona de edad cercana a la casi provecta mía, me regrese a los peores momentos de mi accidentado paso por la Universidad y a los tremendos (y un poco bufos) conflictos que tuve con los grupos y organizaciones de la poderosa derecha regional. Hace unos meses recibí algunas llamadas anónimas muy perentorias en su exigencia de que cesen mis intentos por ``pervertir a la juventud queretana''. El autor de la cobarde faramalla me prohibe volver a hablar en público o publicar mis ``porquerías'' en la prensa del estado. Tal vez se trate de un desequilibrado mental o posiblemente hable en nombre de alguno de los grupos de la derecha del centro del país. Lo ignoro y no me interesa averiguarlo. Por lo pronto, le digo que ya no tengo edad para correr riesgos y, por lo mismo, acato sus instrucciones y me callo el hociquito. De esta manera no me veré obligado a ``atenerme a las consecuencias'' y tendré la fiesta en paz hasta que mis parientes inviten el café en la agencia de pompas fúnebres. Otras cosas me han retirado de la epopeya queretana y me han inclinado a la poltronería del silencio, sobre todo las palizas que me han acomodado, para ponerme en mi sitio, algunos colegas periodistas y escritores que, como decían los notarios cultos, antes me distinguían con su amistad. Las tamborizas admonitorias y las venenosas intrigas de unos amigos que superan con creces a los más encarnizados enemigos (incluyendo al cobardón de los telefonazos asfixiados por un pañuelo o algo así), han sido publicados en el semanario queretano que durante varios años (volvamos a la prosa notarial) ha brindado una generosa hospitalidad a mis escritos.

Por todo lo anterior (aquí la prosa se instala en lo judicial), me callo y me rajo. Denme por muerto, colegas queretanos de la crítica literaria y de la brega periodística. Háganme la caridad de no ocuparse de mí ni para bien ni para mal. Y usted, el de la voz disfrazada, tranquilícese, pues no volveré a ``pervertir'' a la juventud de la región. Mi corazón ya no tiene mucha fuerza y me siento cansado. Por lo tanto le digo, pensando en González Martínez: ``te relevo tu júbilo, corazón viejo lebrel...''.

Debo reconocer, además, que un acontecimiento reciente colaboró para que me hiciera estos propósitos de nuevo año, dictados, en buena medida, por el instinto de conservación: comentando con unos amigos los acontecimientos de mi paso por la rectoría queretana, unseñor que escuchaba, un poco de soslayo, la conversación, soltó este atroz sarcasmo: ``y eso que venía a redimirnos''. Me quedé helado y, de repente, me di cuenta de que todas mis quejas y mis agravios relacionados con Querétaro, pueden ser el producto de un redentorismo de pacotilla. El sarcástico me obligó a pensar en esta posible y lamentable actitud. Mi historia de cine mudo ha hecho que mis más solemnes epopeyas culminen con un rotundo pastelazo. Así debe ser. Entre la pompa y el lagrimeo del ``incomprendido'' y el pastelazo como corolario de un momento de lucha, me quedo con el pastelazo... y ultimadamente me rajo de lo que me rajé e iré a Querétaro en mayo para continuar mis tareas pervertidoras.

Hugo Gutiérrez Vega

CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

La magia rechazada
(notas sobre Cuentos de la Isla de Carmen Carrara)

Mi recuerdo de doña Carmen Carrara, que es muy viejo, está ligado a un edificio raro en Mixcoac. En su origen había sido al parecer otra cosa, pero en esa época era un club de squash, y más adelante se transformaría en el periódico unomásuno. No sé si el inmueble tendrá aún otros avatares antes de conocer el nirvana de la demolición. En ese club deportivo un grupo de señoras, todas ilustres, sin duda, se reunían a estudiar literatura. Yo les daba clases. Una de esta señoras, no sólo bonita, sino con esa cualidad, tan preciada en la mujer, que se llama vivacidad, me recordó a una actriz del cine en blanco y negro, famosa en su tiempo, que se llamó Jane Craig. Era Carmen Carrara y era inquieta, hablaba aprisa y rezumaba talento. Ahora, años después, viene Carmen, con un libro de cuentos, a cumplir lo que entonces prometía.

Voy a señalar tres características del proceder estético de Carmelita en sus cuentos. Avancemos particularizando, de lo general a lo específico. Primero, los cuentos son muy femeninos, no sólo porque las protagonistas son en su mayoría mujeres, sino porque la visión, esto es, lo que se resalta o ilumina y lo que se rescata u oscurece, es femenina. En esto hay deleite y lección. Siempre he pensado que en México las mujeres son moralmente superiores a los hombres.

La segunda característica es cierto tono poético, suave, melancólico, que tiñe, en mayor o menor medida, todas las narraciones. La primera de ellas no es siquiera cuento, creo, sino de plano poema en prosa sobre la idea de isla. Lo que quiero decir es, en parte, que no hay en los cuentos chillido ni estruendo, ni siquiera aspereza, y aun la desdicha mayúscula, casi trágica, fluye en ellos con suavidad, desgranándose.

Esto no quiere decir que los cuentos sean vagos, abstractos o sentimentales, ``poética'' no quiere decir eso. Por el contrario, son en extremo concretos, inmediatos. Veámoslo así: en la página once, por ejemplo, aparece la palabra ``sarpullido''. Observen que es un término plebeyo, concreto y ciertamente femenino (en el sentido de maternal). Y observen también que está escrito, porque no pone ``salpullido'' con ele, como decimos siempre, sino ``sarpullido'', con ere, como es correcto. Sartre dice en alguna parte que, en las reuniones, prefería hablar con las mujeres a hablar con los hombres porque ``los hombres hablan de ideas y las mujeres hablan de cosas''. Y Carmelita en sus cuentos habla de eso, de cosas concretas, como el sarpullido, el jabón, las flores y los peces o, por ahí, de unos aretes color ``rosa frenesí'' (denominación que me dio un estremecimiento de alegría y me hizo recordar que Carmelita y yo pertenecemos a la misma generación, ¿quién entre los jóvenes ha oído hablar del ``rosa frenesí'', que era tan conocido?). Habla, digo, de cosas concretas y de lo que los humanos, sobre todo las mujeres, hacemos con esas cosas.

Pasamos ahora a la tercera y más señalada característica del proceder estético de Carmen. La magia, la brujería, lo sobrenatural, merodea estas narraciones, ronda como fantasma, pero se frustra siempre, no opera, y nos quedamos en la cotidianidad natural de las cosas, de este lado de la magia. Aparece, pues, la magia, pero es rechazada. Este procedimiento artístico es muy eficaz en manos de Carmelita porque hace más patente el desamparo de los personajes, su indefensión frente a las grandes fuerzas, naturales todas, que mueven la vida y precipitan los destinos. No siempre, pero casi siempre adversos. Carmelita tiene a veces humor. El vertiginoso cuento ``Una noche en la delegación'', hilarante y fresco, me recordó, por su rapidez y tumulto, ``Después de la carrera'', uno de los cuentos de Dublinenses de James Joyce.

Ahora bien, como la isla de que habla Carmelita es lugar pequeño y acotado, en algún momento sentimos que conocemos a toda la gente que la habita. El efecto se acentúa con el procedimiento literario de hacer que, no muy seguido, algún personaje aparezca en dos o más cuentos distintos, y nosotros los reconocemos como a viejos conocidos. Este proceder, caro al gigante Balzac, genera un microcosmos social, una Comedia Humana en miniatura que no por reducida tiene menos vitalidad y brío. Ese, creo, es el mérito mayor del volumen: cuando llegamos a la isla, al inicio, no sabemos nada; cuando nos vamos, al final, llevamos con nosotros un mundo entero.

Y por eso, Carmen Carrara te doy las gracias y te felicito.


LAS ARTES SIN MUSA

Germaine Gómez Haro

Sergio Hernández

Sergio Hernández es, sin duda, uno de los artistas más destacados de la plástica mexicana contemporánea, y la exposición que se presenta actualmente en el Museo de Arte Moderno da cuenta de ello. Alrededor de noventa obras realizadas entre 1982 y 1999 son apenas una muestra de su vasta y polisémica creación, que abarca una gran variedad de técnicas, formatos, soportes, temas e intenciones. Paralelamente, en el Museo Tamayo se exhiben siete pinturas monumentales que, por falta de espacio, no pudieron ser integradas al guión museográfico del MAM; dada la relevancia que ha tenido el trabajo en gran escala dentro del quehacer pictórico de Hernández, estas piezas enormes forman parte medular del panorama general de su creación. La excelente curaduría a cargo de Miguel Cervantes no fue tarea fácil ya que, desde sus inicios, Sergio ha sido un artista extremadamente prolífico y cuenta con una producción ingente para su edad, dispersa en un gran número de colecciones particulares. Se editó un magnífico catálogo profusamente ilustrado que contiene ensayos de la doctora Teresa del Conde y de Jaime Moreno Villarreal, así como una entrevista al artista, realizada por quien escribe estas líneas.

He seguido de cerca el desarrollo de la plástica oaxaqueña desde hace varios años y, en particular, el trabajo de Sergio Hernández. Siempre me ha sorprendido su inagotable capacidad de recrear temáticas tan variadas y su férrea disciplina en la indagación de técnicas hasta conseguir su pleno dominio. Por esa razón anhelaba ver su trabajo -tan disímbolo sólo en apariencia-, reunido en una magna exposición como la que aquí se reseña. Al recorrer ambas muestras uno reconoce la mano de Sergio Hernández desde la primera obra hasta la última. No me refiero al reconocimiento formalista de un estilo en el sentido estricto, sino al hecho de que su trabajo de casi veinte años se nos revela como hilvanado por un fino hilo indescriptible que enlaza las obras de las diferentes épocas en una sutil trama de analogías y correspondencias que, en conjunto, conforman un trabajo increíblemente coherente y armonioso. Asimismo, al apreciar el vasto corpus aquí reunido, es fácil aprehender todo un repertorio de signos y códigos que se viene repitiendo obsesivamente desde sus inicios y que, en la actualidad, forma parte de su muy personal lenguaje iconográfico. Uno va transitando imperceptiblemente por las diferentes épocas de su creación, como si una obra llevara a otra, y a otra... en una secuencia natural, de una fluidez continua.

La versatilidad de este artista de marcada personalidad se puede comprobar contemplando lo variado de su trabajo que incluye técnicas mixtas sobre tela y sobre papel, ollas y relieves en cerámica, así como dos notables ejemplos de pintura sobre huevos de avestruz. En esta muestra no se incluyó la obra gráfica que pudimos apreciar en una amplia exposición que tuvo lugar en 1998 en la Casa de la Cultura de Azcapotzalco, la cual viajó posteriormente a París y ahora se presenta en el Instituto Cultural Mexicano en Madrid.

Dentro del marco de la exposición se presenta en el museo un video documental coproducido por TVUNAM y Casa Lamm, en cuya investigación tuve la oportunidad de participar. La grabación se llevó a cabo en el taller de Sergio en Oaxaca, un auténtico laboratorio de arte donde -gracias a la paciencia y buena disposición del artista- pudimos seguir paso a paso el intrincado y muy personal proceso creativo de su pintura. Fuimos testigos de la complejidad que reside detrás de una de esas portentosas técnicas mixtas sobre tela que podemos admirar en esta exposición: la preparación de los pigmentos, el fondeo del lienzo y su recubrimiento con varias capas de tierras, el esgrafiado del dibujo sobre la superficie texturizada, ejecutado en forma directa y casi automática, prácticamente de una sola intención. Constatamos cómo el artista arroja los pigmentos al desgaire sobre la geografía del lienzo, procede a salpicados y chorreados, rasga y golpea la tela, interviene directamente con las manos para distribuir o esfumar los excesos de materia, retoca con minucia luces, sombras y volúmenes, cuidando hasta el último detalleÉ y todo esto a lo largo de los varios días que se requieren para el secado y fijación de los materiales. El talentoso equipo de producción de TVUNAM , dirigido por Albino Alvarez, consiguió captar el cariz humano del artista, su vitalidad y ludismo, su personalidad abierta, fresca y espontánea, así como ese singular espíritu de goce y soltura ante su oficio que claramente nos demuestra -como bien apunta la doctora del Conde en el catálogo- que Sergio no le tiene miedo a la pintura.

La de Sergio Hernández es una mano privilegiada, la mano de esos artistas que lo sintetizan todo con un solo trazo, ya sea gestual y expresionista como en algunos de los lienzos monumentales, o delicado y preciosista como en las miniaturas que vemos dibujadas sobre los huevos de avestruz y los sublimes ejemplos sobre hojas de papiro. Esta es una exposición que el visitante difícilmente olvidará.