La Jornada Semanal, 16 de abril del 2000



cinexcusas

Luis Tovar

El cine de calidad (i)

El pasado 29 de marzo, el Instituto Mexicano de Cinematografía presentó a los medios de comunicación su Plan 2000, que se ajusta al Programa de Cultura ``propuesto por el gobierno federal que entre sus objetivos establece el impulso a las producciones de calidad''. De acuerdo con la información proporcionada, las actividades que el IMCINE llevará a cabo durante el presente año se regirán por tres ejes fundamentales: a) producción; b) promoción y difusión; y c) distribución y exhibición.

Producir, ese dilema

En lo que se refiere al primer apartado -la producción-, el IMCINE sostiene que ``la idea fundamental sigue siendo el fortalecimiento de la industria en sus diversos escenarios''. El subrayado es mío, y sólo busca hacer hincapié en que, aparentemente, quiere convertirse a lo obvio en un propósito innovador: expresada así, pareciera que la ``idea fundamental'' que en cuanto a producción plantea el IMCINE, es susceptible de modificarse de un plan anual a otro o de un momento a otro. En otras palabras, no debe olvidarse nunca que el IMCINE fue creado, precisamente, para ``el fortalecimiento de la industria'' (aunque, como sabemos, en los últimos tiempos no sólo la ha fortalecido sino que la ha mantenido con vida).

Salvo muy contadas excepciones, cada vez que uno asiste al cine a ver una película mexicana, lo primero que descubre en pantalla es el logotipo del IMCINE y el del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Estamos acostumbrados a eso y, como todas las costumbres, ésta no nos conduce casi nunca a ningún tipo de reflexión ni nos provoca duda alguna. Por supuesto, lo primero que el cinevidente piensa es que esa película está ahí gracias al IMCINE Y esto, que en principio no tiene nada de malo, es indicador de una grave distorsión: visto del revés, implica que sin el IMCINE prácticamente ninguna película mexicana sería posible, lo cual sí es de veras preocupante.

Hasta cierto punto, cada película mexicana auspiciada por el IMCINE es una muestra palpable de que, en lo que toca a quién la realiza (es decir, quién se encarga del guión, la producción, la dirección, la actuación, la postproducción, etcétera), dicho Instituto se limita a su función primaria: apoyar la realización. ¿Por qué hasta cierto punto? La respuesta no es sencilla y hay que buscarla en más de un sitio, pues tiene mucho que ver con la naturaleza del conjunto de nuestro medio cinematográfico, cuyo principal rasgo es la falta de coordinación.

¿Y tú para dónde remas?

Para responder a la pregunta hecha líneas arriba, tomemos un ejemplo reciente: La ley de Herodes. Un resumen rápido del affaire Herodes puede ser como sigue: el guión de la película fue escrito y aprobado por el IMCINE (pues de otro modo la película nunca se habría hecho); se preparó la producción, se filmó (ambos pasos llevados a cabo con dinero del IMCINE en su mayor parte), se posprodujo y se tuvo una primera copia terminada de la película. Como se sabe, el primer lugar donde la puerca torció el rabo fue en Acapulco, en el más reciente Festival de Cine Francés, al que La ley de Herodes acudió como película invitada. El IMCINE hizo un torpe intento por censurarla y falló; después hizo que la cinta entrara en cartelera durante menos de una semana, en solamente dos lugares: la Cineteca y el Centro Nacional de las Artes (allí se llegó incluso al ridículo de que la taquillera le decía al público que el aparato proyector estaba descompuesto y que por eso no podía vender boletos); finalmente, a Luis Estrada, director del filme, le cedieron la totalidad de los derechos de su obra mediante el pago de una bonita suma, equivalente al dinero que el IMCINE había invertido.

El IMCINE siempre arguyó como la causa de su inaceptable -y ridícula- conducta el supuesto hecho de que el final de la película no era el que se había aprobado. Independientemente de que eso no era posible (ya que, como producción del IMCINE, Estrada tenía que mantenerlo informado del estado de la producción en cada paso de la misma, desde el principio hasta el final), a la mayoría nos quedó la certeza de que el intento de censura obedeció a las muy mexicanas ``órdenes de arriba'' que no querían una película incómoda en tiempos preelectorales. El resto también es conocido: el antiguo director del IMCINE renunció a su cargo y para sustituirlo llegó Alejandro Pelayo, que hasta entonces dirigía la Cineteca Nacional (pero, como en el anuncio bancario, ésa es otra historia).

¿Película incómoda
o cine de calidad?

Hoy por hoy, ¿qué es lo que el IMCINE entiende por ``cine de calidad''? Para continuar con el mismo ejemplo, es evidente que, en su momento, La ley de Herodes fue considerada como una ``producción de calidad'' (no se olvide que el fortalecimiento de tales producciones sigue siendo la idea fundamental). El hecho es que, en algún lugar del camino -y si no se quiere recurrir a la explicación sexenal y electorera-, la película de marras perdió los atributos necesarios para seguir gozando de ese estatus, aunque, paradoja de paradojas, no pudo haberle sucedido nada mejor: manejada por la distribuidora privada Artecinema y apoyada por una promoción y distribución que el IMCINE es incapaz de llevar a cabo (más adelante veremos algunos porqués), La ley de Herodes se estrenó en febrero con alrededor de doscientas copias -hecho inusual para una cinta mexicana, salvo dos o tres casos muy recientes- y, al menos en la Ciudad de México, al momento de escribir esta columna la cinta sigue exhibiéndose en veinte salas (la misma cantidad que, distribuida por el IMCINE, alcanzó en su estreno Un embrujo, de Carlos Carrera, otra película a la que tampoco se le puede negar el calificativo ``de calidad'').

(Continuará)