La Jornada Semanal, 9 de abril del 2000



(h)ojeadas

La plumaespada del poeta

Gonzalo Celorio

Fernando Fernández,
Ora la pluma,
El tucán de Virginia,
México, 2000.

El afortunado título de Ora la pluma inevitablemente remite, por contraste -y vía la famosa cuarteta de Garcilaso de la Vega-, a los otros trabajos, los de espada, que ha venido desempeñando Fernando Fernández al frente de varias revistas literarias. Primero, Alejandría, una revista estudiantil, o casi, publicada con esmero y con modestia, sin más tipografía que la de la máquina de escribir, durante ocho números estacionales entre los años de 1986 y 1989. Al lado de las primicias de los jóvenes que se habían reunido en el ámbito de la Facultad de Filosofía y Letras, comandados por la educada vehemencia de Fernando y al amparo del ambicioso nombre de la revista, aparecían osadas traducciones de Ungaretti, T.S. Eliot o Ezra Pound y poemas de los escritores mexicanos a quienes estos jóvenes reconocían como sus mayores y, para probarlo, habían podido arrancarles algún texto distraído: Rubén Bonifaz Nuño, Ramón Xirau, Tomás Segovia, Gerardo Deniz, José Emilio Pacheco. Después, Milenio, una revista transitoria que duró escasos dos años pero que le dio cierta vitalidad a la reflexión cultural en México y que sirvió de catapulta a Viceversa, publicación que desde 1992 aparece puntualmente mes a mes y que ha abierto, con su audacia, su valentía y todos sus desplantes, un espacio de modernidad y juventud en la vida hemerográfica de México, tan expuesta a los extremos de la solemnidad o de la ligereza. Hay que decir, para ubicar Viceversa en el catálogo de las revistas literarias mexicanas, que si bien ofrece un espectro cultural sumamente amplio que va de la gastronomía al reportaje fotográfico pasando por la música pop, la reseña de cine y la parodia de modas, siempre ha acogido en sus páginas a la literatura, ya sea por la participación directa de los escritores, ya por la reseña de sus obras, y que desde hace casi dos años cuenta con un suplemento estrictamente literario, Nagara, dirigido por un escritor invitado en cada número.

La labor editorial traída a cuento en esta nota ha requerido la dedicación completa, por espacio de trece años, de Fernando Fernández pero no ha lastimado ni distraído la vocación del escritor, que nos ofrece ahora los empeños de la pluma en un poemario lujoso y tesoneramente trabajado. No es éste, sin embargo, su primer libro de poemas. En 1990 había publicado, en la colección Cuadernos de Malinalco dirigida por nuestro querido y extrañado Luis Mario Schneider, un pequeño volumen titulado El ciclismo y los clásicos, en el que anunciaba ya su devoción por los grandes poetas de la tradición castellana -la lírica popular, el Renacimiento, el Barroco, el Modernismo, las generaciones del '27 y de Contemporáneos-; su gusto por la eufonía y un sentido del humor con fuerte inclinación a la parodia. Tales atributos están presentes en Ora la pluma, sobre todo en la primera de las cuatro secciones que configuran el libro, ``Flecha de oro'', pero han cobrado madurez, soltura y consistencia y se han hecho acompañar de otras cualidades acaso más hondas en tanto que penetran en cavidades más profundas del alma y crean atmósferas a un tiempo vagas y precisas -o precisas justamente por vagas- que sólo la poesía puede crear y que encuentran su mejor momento en el poema ``Raya'', que constituye en sí mismo una sección del libro y que es, en mi opinión, el que alcanza mayor vuelo en el poemario.

El epígrafe que precede al poema inaugural de Ora la pluma, ``Eloína'', podría cobijar el libro entero por lo que dice, ciertamente -``¿Olvidarás acaso, corazón forastero,/ el acierto nativo de aquella señorita/ que oía y desoía tu pregón embustero?''-, pues esencialmente se trata de un libro de amor, dirigido más al propio corazón que a los ajenos y totalmente transformado en literatura. Pero también y sobre todo por decirlo quien lo dice: Ramón López Velarde, con su contradictoria carga de inocente malicia, de frescura libresca, de sofisticación provinciana, que la poesía de Fernando ha recibido en heredad. Sé de la devoción que, desde que era un jovencito todavía más imberbe y enjuto de lo que es ahora, Fernando le profesa al poeta zacatecano, y de ella dejé constancia en algún texto dedicado a conmemorar el centenario del nacimiento del poeta de La sangre devota, pero con el tiempo esa devoción se ha vuelto herencia, algo que va más allá del gusto o el entusiasmo que lo lleva a abrevar en esa fuente y que tiene que ver con el estilo, esto es con la manera de entender la relación del lenguaje y la vida: hay en la poesía de Fernando la combinatoria velardiana de la devoción y la sangre por la concomitancia, más que de la religiosidad y el erotismo, de la exquisitez y la baja pasión, del refinamiento y la vulgaridad, del gusto literario y ``la combustión de los huesos''. La frescura de col de Fernando; el provincianismo, en su caso hispánico y particularmente asturiano, de su educación; esa decencia trasnochada que lo obliga a mirar de frente y a dar la mano entera se han expuesto a la sombra en la que el corazón se amerita, a la íntima tristeza reaccionaria, a las rudezas del siglo y a todos los deleites de la inteligencia poética, del juego verbal al humor de las referencias cultas y los valores entendidos. Y a partir de esta suerte de empatía profunda con el poeta del cielo cruel y la tierra colorada, Fernando articula una voz propia que tiene como referente, empero, la poesía de López Velarde; la de López Velarde de manera muy manifiesta, pero también la de otros muchos poetas que a lo largo de nuestra tradición literaria han hermanado lo sacro y lo profano, lo exquisito y lo cerril, lo excelso y lo grotesco: el Arcipreste de Hita, Fernando de Rojas, los poetas pastoriles, Cervantes, Quevedo, Lezama Lima, Gerardo Deniz. Y es que la poesía de Fernando tiene como condición esencial la que Severo Sarduy le atribuye a la escritura neobarroca: es una poesía paródica, que se monta en un texto previo y lo subvierte, lo altera, lo modifica, lo escarnece para revivirlo, para actualizarlo y, en última instancia, para tributarle su homenaje. Su poesía está tocada por la gracia de un humor inteligente y travieso que, al desacralizar la poesía de referencia, lejos de descalificarla, le rinde pleitesía: la manosea, la quiere, juega con ella, la saca a pasear. Las Cloris, Lysis y Fléridas de la novela pastoril se pierden y se encuentran en los pasillos de la Facultad, toman tequila con sal y limón, bailan rumba en un recibidor o son virtuales destinatarias de inopinadas serenatas en Amecameca, donde viven. Las condiciones paradigmáticas de su belleza clásica se ven alteradas por un hipo incontinente, un perfil canino o la miopía, igual que un nombre improbable como Eloína, que ha de pronunciarse con la boca chiquita, sufre grotesca afección por el adjetivo tacaña de as demasiado abiertas que Fernando le propina. Se acercan a aquella serrana del Arcipreste de Hita, uno de cuyos principales atributos femeninos reside en sus plantas y consiste en que ``mayor es que de osa su pisada do pisa'', o a aquella dama retratada por Quevedo que pierde su honor a manos de los rigores de la métrica y la rima: ``Dije que una mujer era absoluta/ y siendo más honesta que Lucrecia/ por dar fin al terceto la hice puta.'' En fin, Garcilaso, Góngora, sor Juana se levantan risueños de sus tumbas de papel y se vuelven a reír en las páginas nuevas, frescas y simpáticas de Fernando Fernández, un poeta risueño, culto, que, sin haber perdido lozanía, viene de regreso de las cosas, de ``las ineptitudes de la inepta cultura'', diría López Velarde.

Pero no todo es juego y homenaje en Ora la pluma, porque, como decía santa Teresa, ``cuando rezos, rezos, y cuando perdices, perdices''. Hay en las dos secciones intermedias del libro poemas adoloridos, solitarios, densos, de los que traigo a cuento el titulado 1999, que es un retrato del abuelo, rodeado por una atmósfera de silencio impenetrable como las que supieron pintar Rembrandt, El Greco y algunos impresionistas, y ``Raya'', el poema más ambicioso y más hondo de este libro -ya lo dije-, en el que el desencuentro amoroso sólo se ve compensado por la felicidad de las imágenes poéticas. ¡Qué maravilla!: la expresión poética es el único alivio del dolor que subyace en el ejercicio de sí misma; es la liberación de la condena a la que, por articularla, el poeta es sometido. Sólo un botón de muestra. En el recuerdo doloroso de la ausencia, el poeta se entretiene en describir minuciosamente la imagen amorosa de la mujer que se ha marchado y habla de ella y de sus partes con una alegría poética que sin duda contrasta y se opone al dolor que la provoca: ``Entre las sombras luidas, en un cuarto sin luz,/ vi tu perfil/ ligeramente curvo, tu ceja izquierda escasa/ y coloqué mis labios en tus axilas azules -a las cuales/ asomaba la sudoración/ detrás de la celosía traslúcida del desodorante.''

No puedo terminar esta breve nota sin agradecerle a Fernando que, una vez conocido mi entusiasmo por la ``Oda a san Hipólito'', que leí en una versión manuscrita, haya tenido la gentileza de dedicármela en su publicación formal. Ora la pluma es un conjunto de poemas tiernos, honestos, adolescentes: el álbum reivindicatorio de las sirvientas que pasaron por su casa y por sus deseos apenas despuntados con su olor a burro de planchar y a goma de tragacanto, con su silencio de cocina recién alzada y su tristeza de domingo yermo.

Gracias, Fernando. Enhorabuena por la publicación de estos trabajos de la pluma tan bien conquistados con la espada.



e n s a y o

Antiborges o la antiliteratura

Leo Eduardo Mendoza

Martín Lafforgue
(comentarios y compilación),
Antiborges,
Javier Vergara Editor,
Argentina, 1999.

Una de las modas que trajo el fin de siglo fue la de la biografía como arte del escándalo. Moda, por cierto, de la que casi nadie estuvo a salvo: artistas, políticos, escritores y actores tuvieron una cita con su historia transfigurada en Némesis. Nos enteramos así de todas sus debilidades y, sobre todo, de aquellos lados oscuros que, en otros tiempos, quizá por pertenecer a la esfera de la vida privada, no se mencionaban: homosexualidad, incesto, crueldad y un sin fin de perversiones formaron parte de esta galería de sinsentidos que convertían a cada biografía en un éxito editorial. Nada más alejado de este formato biográfico que la fina ironía de un Lytton Strachey y sus Victorianos eminentes.

Borges tuvo la suerte de ser longevo y de que algunas de las reseñas biográficas que buscaban sus debilidades, defectos y fallas como ser humano, apareciesen estando él con vida. Ahí está Borges a contraluz, la biografía escrita por Estela Canto -que, por cierto, vendió el manuscrito de ``El Aleph''-, muy pronto contestada por otra de María Esther Vázquez. También es cierto que casi nada de la vida de Borges era escandaloso, así que algunos editores se vieron forzados a buscarle por otro lado cuando se les vino encima el centenario natal del escritor argentino.

Fue así como nació Antiborges, una recopilación de dieciséis textos realizada por el sociólogo Martín Lafforgue en la que el autor de Ficciones es zarandeado a partir de todo tipo de principios metodológicos e ideológicos. El resultado es decepcionante: a nuestro parecer, el volumen sólo se justifica por tres textos y por las breves notas introductorias del compilador. Uno, el del poeta Juan Gelman, que sin ningún empacho señala la valentía y el coraje de Borges cuando reconoció estar equivocado en su juicio acerca de los militares argentinos. Otro, menos extraordinario, es el que describe el recorrido de Pedro Orgambide, que desde una posición militante rastrea en la infancia y en la formación del escritor para explicar -que no entender- su pensamiento político. Quizá también tenga cabida el estudio teologal de Leonardo Catellani en torno a la literatura de Borges. El resto -diría Mallarmé- es literatura, y, las más de las veces, mala literatura.

Tal vez esta selección sea -por mala- un buen ejemplo de cómo se pervierte la crítica literaria cuando lo que se busca es descalificar o aplicar a rajatabla alguna de las muchas teorías en torno a lo que debe ser la literatura -ejemplos sobran: Pedro Páramo, de Rulfo, no sólo fue severamente criticado sino que se le encorsetó, por necedad clasificatoria, como continuación de la novela de la revolución. Más allá de esta curiosidad, es muy poco lo que podemos encontrar en el libro, abundante en frases manidas y argumentos tan de marras que invitan al tedio y al bostezo.

Dentro de estas críticas, la que más se repite es la más insostenible: Borges no representa lo argentino, no es un escritor nacional. Afirmación cierta que para los enemigos del autor de ``La cautiva'' es un insulto y fuera de Argentina suena como un elogio. Qué bueno que Borges estuvo lejos de esa literatura criolla, rastacuerera, nacionalista, aun cuando sintió el llamado de los conventillos, del tango, de los compadritos y de ese mundo del suburbio que pocos de sus contemporáneos pudieron expresar. Nada extraño, por supuesto, en nuestros territorios: el mismo Reyes fue acusado de no representar el alma nacional -a lo cual don Alfonso contestó con ``La equis en la frente''- y a los Contemporáneos se les acusó de no gustar del mole de guajolote -extravío culinario en todo caso, pero no literario. Los antiborgianos reunidos, con sus honrosas excepciones y con la creencia de que alguno habrá que sea bienintencionado, padecen de erostratismo o simplemente de envidia, enfermedad muy común en estos pagos, y por ello se arriesgan a emitir juicios como éste de Ramón Doll: ``Borges no puede ser el escritor representativo de los argentinos porque éstos no gustan del esfuerzo mental sostenido.'' Es una afirmación mucho más lapidaria que cualesquiera de las ingeniosas frases antipopulistas, antimarxistas o antiperonistas de Borges. Otro de sus críticos asegura que ingenio, erudición y un estilo excelente no garantizan una gran literatura. Pero si esas virtudes no son garantía, ¿entonces -se pregunta el inquieto lector- cuáles sí lo son? Y el crítico calla.

Lacayo del imperialismo, servidor de la oligarquía e ideólogo de la pequeña burguesía son algunas de las poderosas razones argumentales que los críticos y escritores reunidos esgrimen contra Borges -quizá Blas Matamoros hoy se arrepienta de sus afirmaciones-, y para ello se basan tanto en la psicología como en el estructuralismo o en cualquier corriente analítica que deje abierto un espacio para la descalificación. Lo curioso es que, gracias a esas extrañas vueltas de tuerca de la justicia poética, quienes terminan descalificados son los mismos críticos, así comoÊel oportunista -o tal vez oportuno- compilador.

Antiborges no deja de ser una mera curiosidad literaria que algunos celebrarán dentro de su ignorancia. Pero aun así no deja de ser sólo uno de los muchos textos aparecidos en torno a esta figura cimera de la literatura argentina, cuya obra siempre será más importante que cualquier escrito sobre sus libros o su personalidad. Hace ya muchos años, un escritor francés, al despedirse en el puerto de Buenos Aires de algunos escritores argentinos, les dijo: ``Muchachos, maten a Borges'', indicando con ello que el parricidio ritual era el camino para superar al escritor. Algunos lo entendieron y desterraron su sombra; otros, sin asomo de envidia, aceptaron su influencia; y hubo muchos más que lo combatieron. De estos últimos, algunos han sido recopilados en el libro de Lafforgue, que por supuesto no engaña para nada al lector: lo escrito contra Borges forma parte de una literatura menor, curiosidad insana, fama efímera que se desvanece ante la sólida presencia de una obra que, por lo regular, está muy por encima de sus críticos.



FICHERO

Arqueología

Arqueología en Baja California, Alfonso Alvarado Bravo, Col. Páginas Mesoamericanas, núm. 1, Ediciones Euroamericanas/Conaculta/INAH, México, 1999, 101 pp.

Biografía

La poética de la libertad. Joaquín Gutiérrez Heras, Consuelo Carredano, CENIDIM/Conaculta/INBA, México, 2000, 191 pp.

Silvestre Revueltas. Baile, duelo y son, Eduardo Contreras Soto, Col. Ríos y raíces, Conaculta/INBA, México, 2000, 106 pp.

Danza

Escuelas de ballet en América y Europa, Elsa Recagno, Serie Investigación y documentación de las Artes, Conaculta/INBA, México, 1999, 234 pp.

Diccionario

Diccionario internacional de literatura y gramática, Guido Gómez de Silva, Fondo de Cultura Económica, México, 1999, 800 pp.

Ensayo (literario)

El mar, Jules Michelet, traducción y prólogo de Dominique Dufétel Crimet, Col. Cien del mundo, Conaculta, México, 1999, 246 pp.

La consagración del ciudadano. Historia del sufragio universal en Francia, Pierre Rosanvallon, traducción de Ana García Bergua, Col. Itinerarios, Instituto Mora, México, 1999, 449 pp.

Ensayo (político)

Sumario de una izquierda republicana, Porfirio Muñoz Ledo, Col. Tiempo de México, Editorial Océano, México, 2000, 249 pp.

Historia

Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista, introducción, selección y notas de Miguel León-Portilla, versión de textos nahuas de Angel María Garibay K. y Miguel León-Portilla, Col. Biblioteca del Estudiante Universitario, núm. 81, UNAM, México, 1999, 236 pp.

Narrativa

Carol dice y otros textos, Bárbara Jacobs, prólogo de Alicia Llarena, Col. Confabuladores, UNAM/Ediciones Era, México, 2000, 197 pp.

Cómo se llama la obra, José Agustín, prólogo de Juan Villoro, Col. Confabuladores, unam, México, 1999, 311 pp.

Desembarcos, Carlos Román, Col. Los ojos del secreto, núm, 8, Verdehalago/Universidad de Ciencias y Artes del Estado de Chiapas, México, 2000, 59 pp.

El poeta al aire libre, Augusto Monterroso, prólogo de Juan Domingo Arguelles, Col. Confabuladores, UNAM, México, 2000, 222 pp.

La tormenta y otras historias, Carlos Montemayor, selección y prólogo de Helen Anderson, Col. Confabuladores, UNAM, México, 1999, 230 pp.

Libro de Chilam Balam de Chumayel, prólogo y traducción de Antonio Mediz Bolio, Col. Biblioteca del Estudiante Universitario, UNAM, México, 1999, 159 pp.

Poesía

A la memoria del demonio. Itinerario de poesía rusa 1799-1972, versiones y ensayos de Víctor Toledo, Col. Poesía Universal, Ediciones Morgan/BUAP Filosofía y Letras, México, 1999, 51 pp.

Amanecer de agua/Dawn of Water, Irma Chávez, edición bilingue, traducción de David Satcher, Ediciones El Tucán de Virginia, México, 2000, 60 pp.

Caracol de río, Carmen Alardín, Col. Los ojos del secreto, núm. 6, Verdehalago, Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Nuevo León, México, 2000, 64 pp.

La inmóvil percepción de la memoria, Ofelia Pérez Sepúlveda, Col. Los ojos del secreto, núm. 4, Verdehalago/Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Nuevo León, México, 2000, 86 pp.

La palabra y la herida, Armando Joel Dávila, Col. Los ojos del secreto, núm. 8, Verdehalago/Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Nuevo León, México, 2000, 79 pp.

Vivir es imposible, Leticia Herrera, Col. Los ojos del secreto, núm. 5, Verdehalago/Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Nuevo León, México, 2000, 111 pp.

Revista

Fundación Arturo Rosenblueth, núm. 7, marzo 2000, año 2, textos de Andrés Lozano Rosiles, Angélica Morales, Gabriel Trujillo, entre otros, Fundación Arturo Rosenblueth, México, 47 pp.

Opción itam, revista del alumnado, núm. 98, octubre 1999, año XIX, Aurora Castellanos, Rosario Aguilar Pariente, Daniel Velázquez, Mariana Mercado, entre otros, ITAM, México, 146 pp.

Tropo a la uña, núm. 11, marzo-abril 2000, año III, textos de Fernando Benítez, Víctor Hugo Rascón Banda, Aline Pettersson, Denis Urbain, Enrique Serna, entre otros, Asociación de Escritores de Quinta Roo, México, 62 pp.