La Jornada Semanal, 2 de abril del 2000



Verónica Zacatenco

Siglo y medio sin Poe

Verónica Zacatenco nos recuerda lo que Baudelaire escribió en la última página de Mi corazón al desnudo: ``Rezar todas las mañanas a Dios, depósito de toda fuerza y de toda justicia, a mi padre, a Mariette y a Poe como intercesores.'' La presencia de Poe es palpable en algunos momentos de la obra de Conan Doyle, Wilde, Stevenson, Dostoievski, Verne, Borges y Lovecraft. El cine es su deudor y cada generación tiene su manera de leerlo y de ir, tomada de su vacilante mano, hasta ``más allá del terror''. Murió hace 150 años, pero sigue latiendo su ``corazón revelador'', sigue maullando su gato negro y el cuervo del never more se sigue posando sobre el busto de Minerva que decora la pequeña casa de Baltimore.

Decía Lovecraft que los hombres tienen una ``fijación fisiológica del instinto del miedo en su tejido nervioso''. Fue el conocimiento de esta fijación y su minuciosa explotación, así como el estudio de las verdaderas fuentes del terror, lo que hizo que Edgar Allan Poe desmenuzara una a una cada emoción que se propusiera en sus cuentos y poemas para recordarle al hombre que el terror no sólo existe en el entorno lúgubre y sobrenatural que a veces le rodea, sino que vive en su interior, acechándolo constantemente.

Desde la publicación en 1764 de El castillo de Otranto, de Horace Walpole, cuya aparición significó el inicio de la novela gótica, hasta la primera mitad del siglo xix, cuando Poe comienza a escribir, la literatura de horror estaba influenciada por el didactismo: nunca faltaban la lección moral donde los malos sufren un castigo y los buenos llegan a un final feliz, o las explicaciones naturales de lo sobrenatural narrado en la obra. Poe demostró, entre otras cosas, que un buen escritor puede narrar una historia con la mayor convicción, sin que necesariamente deba enseñar moralidad con ella ni pensar o actuar como el protagonista de su obra. Elevó la demencia, la degeneración, la enfermedad y la perversidad a niveles artísticos nunca antes alcanzados, que muy pocos autores de su género han podido lograr.

Su devoción y convencimiento del efecto único en la construcción de las historias literarias siempre hizo que sus relatos apuntaran, desde las primeras líneas, como dardos, al desenvolvimiento de la emoción humana que a él le apeteciera hacer vibrar en cada ocasión, además de llevar al lector a un mundo que parece producto de un delirio. Como resultado, el lector no puede más que seguir hipnotizado las frases detalladas y rítmicamente labradas, precipitándose hacia un final que cada vez tiene más ansias por conocer. Poe sabía exactamente cómo ir tramando la construcción de sus personajes y de sus escenarios, a través de los detalles indispensables para mantener la tensión hasta el último aliento, contenido desde dos párrafos antes de llegar al final.

Más allá del terror

Poe no sólo escribía cuentos de terror, y aunque es muy cierto que estaba dotado de una predisposición natural al horror, a lo macabro y a lo grotesco, otra gran parte de su obra está compuesta por narraciones de humor, de amor, de raciocinio y de aventuras. Así como en sus historias se escucha al corazón palpitando por la conciencia que grita para ser oída, también es posible observar los paseos de Plutón, el gato negro y tuerto por un ataque de furia de su dueño; escuchamos Madeleine Usher pedir a gritos que no la dejen enterrada viva; descubrimos la caja con los dientes blancos, puros e idolatrados de Berenice; y presentimos al cuervo que grazna su eterno y desquiciante monólogo. Del mismo modo, las narraciones de Poe nos revelan mapas crípticos de una isla con un tesoro escondido; a Hans Pfall en su aventura en búsqueda de la luna; al Doctor Tarr y al profesor Feather aplicando su método en lugar del anticuado ``método de la dulzura''; al obsesivo observador y brillantísimo detective Auguste Dupin (a quien Conan Doyle multiplicó en aventuras y rasgos a través del inmortal Sherlock Holmes); a Eureka con su visión mística de la ciencia, que hace recordar ``El retrato oval'', donde el modelo se consume al mismo tiempo que la obra queda plasmada en el lienzo; también está el hombre de la multitud caminando siempre en búsqueda de más y más gente que disipe la soledad en que vive, en una narración que anticipa al hombre que habita las ciudades de hoy.

La crítica como arte

Fue su carrera como crítico, en la que hizo una aportación de 855 artículos, la que más poderosamente incrementó la antipatía que la mayoría de sus compatriotas sentían por él. Especialmente importante fue su obsesión por demoler con sus críticas la obra de Henry W. Longfellow, profesor de Harvard que, además de ser un poeta laureado en su país, tenía muchos lectores y amigos poderosos. Existen estudios especializados sobre este episodio en la vida de Poe, llamado ``la guerra Longfellow'', la cual se convirtió en instrumento de su autodestrucción, pues a partir de ese momento no hubo nada que evitara su caída. Pero del mismo modo en que puso todo de su parte para destruir a Longfellow, se mostró pródigo en los halagos hacia Dickens (a quien conoció en una visita que el novelista inglés hizo a Estados Unidos) en su crítica sobre Barnaby Rudge.

Afortunadamente para el mundo, Baudelaire descubrió en Poe a un alma gemela y se convirtió en uno de sus más feroces defensores después de que, al morir, en Estados Unidos se desató una campaña de desprestigio y rechazo a la obra y la vida de Poe. Este sabía que era un maestro de la narrativa y que tenía derecho a exigir la perfección -y lo hacía. El mismo se encargó de explicar su rígido juicio como crítico: ``No pretendo otra cosa que la escritura; nada más, pero nada menos.''

El arte que Poe sigue creando

Además de ser parteaguas en la literatura de horror, la obra de Poe es una influenciaÊdefinitiva en las concepciones artísticas de los siglos XIX y XX. El efecto más inmediato, cronológicamente hablando, fue el que tuvo en la obra de Baudelaire, quien comenzó a divulgar la obra de Poe cuando éste comenzaba apenas su carrera como escritor, y no dejó de hacerlo hasta tres o cuatro años antes de su muerte. El baudelariano Mi corazón al desnudo fue escrito por una sugerencia directa que Poe da en sus Marginalia. Personajes y conceptos suyos fueron la inspiración para otros tantos, creados por escritores como sir Arthur Conan Doyle, Oscar Wilde, Robert L. Stevenson, Dostoievski, Julio Verne, Jorge Luis Borges, Bioy Casares y H.P. Lovecraft.

En el cine, Roger Corman filmó ocho adaptaciones de las historias de Poe, entre ellas: La caída de la casa Usher (1960) , El pozo y el péndulo (1961) y El cuervo (1963). Boris Karloff, quien se hizo famoso por su papel como Frankenstein en la cinta homónima filmada en 1931, fue dirigido por Edgar G. Ulmer en El gato negro (1934) y participó en dos versiones de El cuervo: la de Louis Friedlander en 1935 y la de Roger Corman en 1963, en la que también apareció Jack Nicholson.

Tributo al maestro

Son casi infinitas las reflexiones hechas acerca de la vida y obra de Edgar Allan Poe: como maestro de la literatura de terror y ejemplo incuestionable a seguir por generaciones de escritores de este género literario; como autor de la primera historia de detectives, antecedente de la novela policiaca; como crítico implacable e infalible; como conferencista... Poe fue un alcohólico despreciado y estigmatizado; un hombre siempre descrito como singular y extrañamente atractivo; un estudioso de los principios teóricos sobre el cuento y la poesía; fue el creador de un estilo único en su ironía y conocimiento del alma humana, y protagonista de una vida intensa que por sí misma es una novela que ha apasionado a varias generaciones.

A siglo y medio de la muerte de este hombre que tanto le dio al mundo y que tan poco recibió de él, recordemos lo que uno de sus más ilustres seguidores, Baudelaire, escribió en la última página de Mi corazón al desnudo: ``Rezar todas las mañanas a Dios, depósito de toda fuerza y de toda justicia, a mi padre, a Mariette y a Poe como intercesores.''