La Jornada Semanal, 5 de marzo del 2000



Agustín Escobar Ledesma

extranjeros en su tierra

Los otomíes del semidesierto

México tiene sesenta y dos lenguas vivas. El idioma otomí o ñhañho ocupa el quinto lugar y sus variantes dialectales, estudiadas a fondo por el linguista holandés Ewald Hekking, se hablan en los estados de Hidalgo, México, Querétaro, Veracruz, Puebla, Guanajuato, Tlaxcala y Michoacán. En este trabajo hecho con espíritu de justicia y sabiduría antropológica, Agustín Escobar narra la historia de los ñhañho, sus luchas y sumisiones. Se detiene en la ``Revolución de la Sierra Gorda'' (1847-1849) encabezada por Eleuterio Quiroz, Tomás Mejía, el compañero de muro del emperador Max y del ``joven Macabeo'' y Mariano, especie de Chucho el Roto que fue asado en leña verde por los iracundos hacendados. De la preciosa colección de mitos ñhañho, Escobar nos recuerda el más sexual y, por lo mismo, gozoso: ``En el inframundo los hombres cargan gustosos las vaginas de las mujeres con quienes copularon. Por su parte, las felices ánimas femeninas llevan a cuestas los falos de los hombres con los que gozaron en vida.''

San Miguel, comunidad indígena del semidesierto queretano, cuenta con una característica muy propia: su apego a costumbres y tradiciones de origen prehispánico y colonial de raíces chichimecas, otomíes y europeas, que se manifiestan en la diversidad cultural de sus componentes religiosos, lingüísticos, sociales, gastronómicos y festivos.

Las fiestas religiosas permiten a la comunidad mantener una fuerte cohesión social interna además de regular económicamente a sus integrantes. Es una de las formas de resistencia ante el ataque de políticas liberales, neoliberales o, lo que es peor, inexistentes. Las fiestas -principalmente la del santo patrono- son los ejes principales para que hombres y mujeres que se ven obligados a salir a trabajar a diversas ciudades del país y del extranjero, empleándose como albañiles, sirvientas, macheteros, choferes y jardineros, retornen para cumplir con los rituales sagrados.

En la fiesta de San Miguel participan cuatro cuadrillas de danza de conquista de diversas comunidades del municipio de Tolimán. Los parlamentos del Gran Monarca Moctezuma, Cortés y La Malinche sobreviven escritos en amarillentas hojas de papel resguardadas por la comunidad. La fiesta inicia los primeros días de julio para finalizar el 3 de octubre con el cambio de mayordomías. Son tres meses en que, paralelamente, a las cuadrillas de las danzas se les da ``posada'', casa por casa. Cada ``número'' (persona que brindará hospitalidad durante dos días a la danza) se solicita con un año de anticipación. Cada casero gasta alrededor de diez mil pesos para recibir danzantes, rezanderos, músicos y amigos que los acompañan. El dinero se va como agua en alimentos, bebidas, flores, cohetes.

Aparte está la contribución colectiva para el Chimal (estructura de carrizo con dos postes de madera de unos veinte metros de altura por tres de ancho, adornada con cucharilla, flores, frutas, panes y tortillas), que es levantado entre nubes de incienso, rezos y bailes a un costado de la entrada al templo mayor el 28 de septiembre, un día antes de la fiesta del santo patrono. De los 365 días que tiene el año, la mitad son dedicados a fiestas, flores, cohetes, bebida y comida. Quienes desconocen la cultura ñhañho quedan desconcertados al saber que la población no dedica su vida a la acumulación de riquezas materiales.

San Miguel, establecido a principios del siglo xviii, tiene una historia semejante a la de San Pablo, San Antonio y San Francisco Tolimanejo (hoy Colón), poblaciones fundadas principalmente por otomíes, que pertenecieron al gobierno regional de San Pedro Tolimán, presidio fundado en 1533 por otomíes procedentes de Xilotepec y Tula, aliados a la corona española de Felipe el Hermoso y Juana la Loca en la conquista de esta región, vía de acceso a la Sierra Gorda, La Huasteca y El Pánuco.

Durante la época prehispánica, Tolimán fue asentamiento de chichimecas, pueblos que ante la invasión europea se confederaron para combatir a la ``blancura'', según informa Philip W. Powell en La Guerra Chichimeca 1550-1600. El conflicto estuvo a punto de inclinarse del lado de los feroces pueblos de Aridamérica. El papel de los ñhañho en el conflicto fue de suma importancia, ya que sometieron a los chichimecas para transculturizarlos. A los que aceptaron el nuevo orden los dejaron al servicio de los reyes de España, y los que se rebelaron fueron aniquilados, razón por la que hasta hoy en día los otomíes pagan por la sangre derramada de los indómitos chichimecas.

Al ser Tolimán una zona sumamente árida y huérfana de tierra de buena calidad, poco atractiva para los españoles, sólo los más pobres se aventuraron en la región; los que llegaban, despojaban a los pueblos indios de sus fundos originales ganados a pulso durante la conquista y la pacificación. Los españoles acusaban a los lugareños de rebeldía ante las autoridades coloniales para, posteriormente, arribar a las comunidades y quitarles grandes extensiones territoriales. Esto sucedió de manera sistemática en Tolimán. Llegó a tal punto la situación que en 1767 y 1793 hubo dos levantamientos generales de indios. En 1808, los ñhañho se armaron de piedras y palos para traspasar los linderos de las haciendas que reclamaban como suyas y se pusieron a cultivar las tierras, cada yunta custodiada por veinte hombres. El deseo de tierras ocasionado por el crecimiento poblacional y las constantes infamias creó un conflicto que, finalmente, trajo consigo la guerra.

A mediados del siglo xix, en la Sierra Gorda hubo una serie de acontecimientos de índole social, política y económica reflejo de la situación a nivel nacional. El generalizado descontento de la zona hizo que de 1847 a 1849 surgiera la llamada ``Revolución de la Sierra Gorda'', encabezada por Eleuterio Quiroz. Las comunidades indígenas se levantaron en armas, afectadas por la ocupación de bienes de manos muertas por parte del gobierno, para financiar la guerra de intervención yanqui. En 1848, diversos grupos firmaron un plan encabezado por Tomás Mejía para ``la salvación de nuestra infortunada patria'' en contra del ``despótico gobierno'' y del ``feudalismo''. En esta época apareció Mariano, un personaje que robaba a los ricos para dar a los pobres. Mariano se convirtió en el azote de los hacendados, quienes finalmente lo capturaron para quemarlo en leña verde. Con el paso del tiempo, la población indígena de Tolimán canonizó a esta mítica figura y le hizo un busto de piedra que se colocó en una capilla del barrio El Granjeno. Allí, quienes habían transgredido la ley se encomendaban a Mariano -que, a decir de don Erasmo Sánchez, se convirtió en el Abogado de los Asesinos. Mariano fue sustraído de la capilla en 1996, en una de tantas olas de robos de arte sacro que han afectado a la región. Los lugareños piensan que su imagen fue a dar con los traficantes de arte de San Miguel de Allende; otros lo imaginan en alguna colección privada al otro lado del Río Bravo.

Idioma

Se estima que en el mundo existen alrededor de cinco mil idiomas que son utilizados cotidianamente. India cuenta con sesenta y cinco lenguas vivas, México tiene sesenta y dos y China cincuenta y cuatro. A nivel nacional, el idioma otomí o ñhañho ocupa el quinto lugar. Esta cultura es una de las más antiguas de Mesoamérica; sus habitantes se encuentran distribuidos en los estados de Hidalgo, México, Querétaro, Veracruz, Puebla, Guanajuato, Tlaxcala y Michoacán. En Querétaro la población otomí se encuentra concentrada principalmente al sur, en Amealco (cuna del antropólogo Ricardo Pozas, autor de Juan Pérez Jolote) y en la zona del semidesierto Tolimán y Cadereyta. En los municipios de Ezequiel Montes y Colón existen unas cuantas familias. Según el linguista holandés Ewald Hekking, que suma veinte años de investigación del otomí en la entidad, el ñhañho, al igual que cualquier otro idioma del mundo, tiene variantes dialectales, que en algunos casos son muy pronunciadas. De un estado a otro hay diferencias y dentro de cada estado hay variantes regionales, dándose el caso de diferencias idiomáticas de una comunidad a otra. Pero en general los hablantes del ñhañho de los distintos estados se entienden perfectamente entre sí. El idioma tiene su propia estructura gramatical y se puede escribir al igual que el español, el griego, el inglés, el francés, el italiano o el chino. Por desgracia, en todos los estratos sociales existe la creencia de que los idiomas autóctonos son dialectosÊy se les cataloga peyorativamente. Es uno de tantos prejuicios colonialistas que por desgracia subsisten hasta nuestros días.

Taurino López

A la población indígena de Tolimán el diablo se le apareció en la figura del presidente municipal que respondía al nombre de Taurino López. En 1933, el representante gubernamental llegó al templo mayor de San Miguel para destruir y saquear las imágenes religiosas; a la santa cruz del Carmen le arrebató una reliquia de oro en forma de cacahuate; a la de San Miguel le arrancó el áureo corazón para lucirlo en su propio pecho, como trofeo; a las imágenes menores de las capillas-oratorio familiares las llevó presas a la cárcel para cobrar multas por dejarlas en libertad.

A Taurino López le llegó la hora de pagar por sus tropelías. Los de San Miguel se hicieron cristeros para cobrar las afrentas a sus divinidades; después de varios años de buscar la manera de capturarlo, en 1936 varios hombres le cayeron en Peñamiller, en la casa de la ``Perra Brava'', una de sus múltiples amantes. Lo aprehendieron y lo llevaron caminando por el monte, descalzo, desnudo y maniatado, tirado por un caballo. La mujer, a pesar de que los captores le decían que se retirara, que con ella no tenían negocio, no quiso separarse del hombre sobre el que pesaban horrendos homicidios de indígenas y campesinos de la semidesértica región. Después de obligarlo a caminar más de diez kilómetros, los agraviados terminaron ahorcándolo en un frondoso mezquite. A la mujer, para cumplirle el deseo de verlo por siempre, la estacaron frente al colgado. Así acabó el azote de los santos e indígenas de Tolimán.

Don Erasmo Sánchez Luna

San Miguel Tolimán, pueblo de culto lunar, es calor, color, calendario ritual de flores y frutos en la escalera al cielo; un día de mole con garbanzos y otro de chocolate con pan de pulque para la cuadrilla de la danza del santo patrón; arcaicos, efímeros y frágiles castillos asaltados y quemados por los chichimecas de la danza apache; río de bolondas piedras, lisas y duras como las nalgas de las danzantes de la xhaja (tortuga).

En este microcosmos hay todavía oxidados reyes medievales de conquista combatiendo por la vida con fiestas, tercamente emperrados en sobrevivir. San Miguel Arcángel, santo cabrón ruega por nosotros que vivimos en este valle de lágrimas gimiendo y orando. San Miguel bondadoso, líbranos de la ``mala mujer'' que castiga cruelmente a quien se atreve a despreciarla. ``Mala mujer'', nzónó en ñhañho, tiene referencias astronómicas: la luna.

San Miguel pertenece al mundo que, según Jacques Galinier, tiene entre sus mitos uno que se refiere al carácter sensual y sexual de este grupo humano: las ánimas de los hombres vagan en el inframundo cargando las vaginas de las mujeres con quienes copularon; por su parte, las ánimas femeninas llevan a cuestas los falos de los hombres con los que gozaron en vida.

Don Erasmo es curandero de almas, rezandero de árboles, cronista de calamidades. A los catorce años aprendió la lejana y remota lengua muerta que llegó a través del representante de Jesucristo a esta tierra de indios. Todavía no sabía hablar castellano pero ya había aprendido de memoria el latín de un viejo y negro libro alas de cuervo. Esa no fue su primera lectura: ya conocía otros libros que tenían formas y materias distintas: la lluvia, el viento, el fuego, el sol, el trueno. Ya sabía, desde tiempo inmemorial, cómo interpretar el aroma del rincón brujo de mujeres y flores. Quienes lo miraban oficiando los rituales de fertilidad estaban seguros de que entendía los caracteres del latín y el castellano, pero no, su memoria era la que lo había acercado a los mágicos libros de poder de las nuevas divinidades.

Don Erasmo en sí es un libro: su piel es de madera, cacto, piedra, maíz, música, danza. Es por eso que cuando inicia cualquier actividad, primero se dirige a los cuatro vientos de las antiguas deidades y después hace la señal de la cruz con la mano derecha, al mismo tiempo que de su aliento brota el idioma del antiguo imperio romano: In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen. Esas misteriosas y extrañas palabras las emplea en los rezos a las ánimas, o bien antes de empinarse una cerveza. Todo es sagrado, la división entre lo profano y lo divino se confunde.

Don Erasmo curandero revela el remedio contra el espanto, enfermedad que hace que el corazón se engarruñe y convierte la sangre en agua. Para aliviar el mal son necesarios los huesos de gigante,Êde los que, según don Erasmo, todavía hace unos doscientos años vivían en esta región. Menciona que por ahí anda un gigante chichimeca conocido como Vara Larga, porque tiene los pies muy grandes.

En la capilla del Don Bato, en el lugar en donde hay tierra blanca, todavía es posible encontrar huesos de los gigantes chichimecas asesinados por los conquistadores, por no dejarse bautizar. No todos murieron; las personas mayores saben que Vara Larga vaga errante por el mundo. Ese chichimeca no quiso colaborar con Jesucristo, razón por la que éste lo maldijo y lo corrió: ``Vete de aquí, y no te detengas.''

Los huesos de los gigantes están benditos, por eso se utilizan para curar de espanto. En San Miguel todo mundo sabe que el remedio se prepara moliendo un cachito de hueso de gigante con azúcar, hasta convertirlo en polvo que se unta en las coyunturas de brazos y pies. Al mismo tiempo se ingiere un té de poleoÊverde, poleo blanco y mejorana del Zamorano (cerro al que la población realiza una peregrinación año tras año, a un adoratorio ubicado en el interior de una cueva).

En la comunidad hay otro hombre viejo llamado Federico, compadre y cuñado de don Erasmo, que conoce los secretos de los rituales nocturnos del pueblo lunar. Uno de ellos es presididoÊpor un tecolote: ticuricú-ticuricú-ticuricú-Federicú: es la voz de la deidad nocturna acompañada de doncellas desnudas rodeando a las siete ardientes piedras del temazcal. Federico pulsa un angelito en sus brazos para marcar el ritmo de la vida. Un cascabel de víbora en la panza del instrumento le concede una suave voz que resuena en el semidesierto queretano.

El culto

En la población indígena subyacen manifestaciones que evocan a los indómitos guerreros chichimecas, a quienes se les rinde culto en rituales esotéricosÊpresididos por algún rezandero en las capillas-oratorio de origen chichimeca, tales como la del Don Bato, en San Miguel, que tiene un adoratorio conocido como El Tzimeco, y la de El Sabino; los rituales, siempre nocturnos, también se realizan a cielo abierto, en los sitios donde se cree está sepultado alguno de los antepasados chichimecas. Estos puntos son sagrados, por lo que los lugareños evitan pasar por ahí, ya que de hacerlo y no respetar el lugar sufrirán fuertes dolores de cabeza y vahídos.

María Luisa Trejo González, profesora bilingüe en lectoescritura otomí, menciona que la gente de Tolimán llama ``mecos'' a los antiguos chichimecas que habitaron la región y los considera sus abuelos. Relata que son muy cabrones cuando se les deja en el olvido, ya que son capaces de castigar a la población con malas cosechas o con terribles enfermedades, siendo inútiles los esfuerzos de los médicos alópatas, homeópatas, acupunturistas o naturistas; ni los curanderos locales encuentran remedio contra el mal. Por eso, cuando alguna persona enferma y no encuentra la sanación, recurre a los servicios de un rezandero para ofrecer una velación a los antepasados ``mecos''. El ritual se lleva a cabo a eso de la medianoche; en el sitio escogido, el rezandero es el encargado de colocar velas y parafinas formando figuras luminosas: estrellas, óvalos, círculos y una cruz. Una vela especial de cera virgen de abeja representa al enfermo; si la flama se apaga, significa que la persona morirá; en cambio, si continúa encendida es que sanará. Los concurrentes, que son todos los integrantes del clan familiar, colocan metates, ollas, jarros, cazuelas, molcajetes, carrizos y botellas con aguardiente o pulque tapadas con olotes y tortillas, todo en miniatura. A los ``mecos'' les gustan las cosas pequeñas, finas; se tiene la creencia de que con las ofrendas las ánimas se entretienen jugando y sólo así dejan de molestar a los humanos. En otra parte se ponen frijoles fritos, tortillas de colores, nopales, chile piquín, café, atole, pilón, pitayas, limas, ramas de hinojo y jícamas de ``mala mujer'', una planta venenosa. El altar incluye flores de colores encendidos. A eso de las doce de la noche, cuando las ofrendas están en el altar, el rezandero enciende velas y parafinas y, dirigiéndose a los cuatro puntos cardinales, da inicio a la velación con rezos en otomí. Primero pide permiso a las ánimas de los difuntos ``mecos''; después da paso a una interminable y monótona letanía que invoca a la madre tierra, la madre virgen, la diosa luna, la virgen prudentísima, el dios sol, la estrella de la mañana, el señor del monte, el arcángel Miguel, el dios del aire, la torre de marfil, las piedras, las cuevas, el arca de la alianza, los pájaros, la torre de oro, los lagartijos, las tortugas, las serpientes, la virgen santísima, el agua, la lluvia, La Estrella de David, las nubes, las floresÉ Después de la letanía, los pequeños y discretos sollozos iniciales van arreciando hasta convertirse en lamentos, llantos y gritos a todo pulmón, igualándose a los aullidos de los coyotes en medio de la negra noche. Son llantos desgarrados y conmovedores que solicitan la clemencia de las ánimas de los chichimecas, suplicándoles perdón, que devuelvan la salud al enfermo. Al final, los presentes comparten y departen los alimentos de la ofrenda. El ritual finaliza entre las dos y las tres de la madrugada.

Gastronomía

La gastronomía del pueblo otomí, de origen milenario, conserva conocimientos transmitidos generación tras generación, que se encuentran en peligro de desaparecer. Por ejemplo el senditha, bebida elaborada a base de maíz germinado, pulque y chile, que todavía se acostumbra en las fiestas comunitarias de Amealco. En la región semidesértica cada vez es menor el consumo del mezquitamal, producto elaborado con vainas de mezquite, así como el de las tantarrias o xamues, insecto comestible parecido al jumil de los estados del sureste de nuestro país.

Al igual que todos los indios del país, la población otomí de Querétaro vive en la pobreza extrema, con todo lo que esto conlleva: alcoholismo, analfabetismo, injusticia, desnutrición. Cada familia obtiene ingresos que rondan los treinta pesos diarios. Aún así continúan resistiendo las olas ``modernizadoras'', liberales o neoliberales, desde hace quinientos años. Las fiestas son el espacio ritual que permite mantener la cohesión comunitaria a pesar de los intentos de sacerdotes y gobernantes por erradicarlas.