La Jornada Semanal, 27 de febrero del 2000



Michéle Gazier y Xavier Lacavalerie

entrevista con Carlos Fuentes

El mexicano universal

En cada nueva entrevista, Carlos Fuentes modifica, perfecciona o encuentra nuevos matices a los temas que constituyen el centro de su preocupación intelectual y de su idea del mundo en todas sus grandezas y miserias. Esta entrevista, hecha en París con motivo de la aparición de La frontera de cristal, recorre caminos conocidos, sitios revisitados, nuevas inquietudes, y reafirma la permanente defensa de los derechos humanos, de la libertad y de la equidad característica de la obra y de la actitud vital del autor de La región más transparente. ``La palabra poética, que es la palabra con sentidos múltiples'', muestra sus rostros en su último libro, La frontera de cristal.

Figura de la renovación latinoamericana, Carlos Fuentes narra esta vez la triste historia de los que intentan cruzar el río Bravo hacia el sueño americano, que le da la oportunidad de desarrollar su tema favorito: el mestizaje cultural. En sus relatos, novelas y ensayos, Carlos Fuentes no ha dejado de celebrar la particularidad del continente americano, fundado en el desastre de la colonización y la ebriedad prometedora de un Nuevo Mundo. Su último libro en español, La frontera de cristal, no desmerece respecto al resto de su obra. Por el sesgo de la ficción más refinada, Fuentes aborda en ella el doloroso problema de la emigración mexicana a Estados Unidos. El drama se representa en las riberas del río Bravo, que los mexicanos pobres en busca de trabajo tratan infatigablemente de cruzar a nado, atenazados por la angustia de ser deportados. Frontera de agua, frontera de cristal, a la que sólo la cultura podrá un día, quizás, hacer saltar en destellos para que se olvide el horror económico... Hoy en día, a sus setenta y un años, con el ojo vivo, la silueta elegante y el verbo elocuente del diplomático que fue, Carlos Fuentes revisita una existencia conformada por una incesante y voluptuosa corriente de palabras, historia y libros.

¿Qué libros desencadenaron su vocación literaria?

-Responderé con una anécdota. Uno de mis amigos, joven periodista norteamericano, debía entrevistar un día a Jean-Paul Sartre. Me preguntó: ``Tú que lo conoces, dime, ¿qué le debo preguntar primero?'' Le respondí: ``Ya que Sartre cuenta que comenzó a leer a la edad de tres años, tal vez habría que preguntarle sobre sus lecturas de juventud.'' Sorpresa y desconcierto de mi amigo ante las respuestas de Sartre: no conocía a ninguno de los escritores mencionados, ni las novelas de capa y espada de Ponson du Terrail o de Paul Féval sobre las profecías de Nostradamus. En cierto modo, la lista de Sartre es la mía: la de todos los niños mexicanos de mi generación que tuvieron en sus manos el fondo de la vieja cultura europea. Más tarde leí a todos los clásicos: al Stevenson de La isla del tesoro, los grandes relatos de Julio Verne, el Don Quijote de Cervantes, que cambió mi vida y que seguramente desencadenó mi vocación de novelista: al igual que él, yo deseaba imaginar mundos más reales que el real.

-¿Considera que existe una frontera cultural muy grande entre el mundo latino, que es el suyo, y el mundo anglosajón?

-Existe una gran unidad entre las culturas latinas. Además, éstas pasaron desde hace mucho tiempo por la lengua francesa y por Europa. Mi abuelo y mi padre estudiaron en esta lengua. En México, a comienzos del siglo xx, los manuales universitariosÊde derecho y de ciencias estaban redactados en francés. Yo mismo aprendí francés durante la adolescencia, en el barco que me llevó al Viejo Continente, y en Suiza, a donde fui a estudiar. Para engañar el aburrimiento de la travesía, me había llevado La comedia humana de Balzac. Con un buen diccionario no tenía demasiado problema, pues finalmente nuestras lenguas son cercanas...

-Sin embargo ya existía la literatura propiamente mexicana. ¿No la leía usted?

-Sí, conocía su riqueza, comenzando por sor Juana Inés de la Cruz, una religiosa del siglo xvii que es nuestra mayor poetisa. Y después a todos los novelistas de la Revolución mexicana; Alfonso Reyes, Octavio Paz y otros; Juan Rulfo... Pero yo sentía que había que abordar nuevos temas. Desde mis primeras novelas -La muerte de Artemio Cruz, La región más transparente-, me puse como meta escribir la novela de la Ciudad de México, lo cual, antes de mí, no se había hecho jamás. Tenía muy presente en el espíritu el trabajo de escritores como John Dos Passos o James Joyce, que hicieron de sus respectivas ciudades, Nueva York y Dublín, verdaderos temas literarios. México merecía que se le consagrara un texto así, aunque sólo fuera por su demografía galopante -a comienzos del siglo xx era una pequeña ciudad de quinientos mil habitantes; hoy cuenta con más de veinte millones- y por el mestizaje social que engendra su desarrollo. Llevar a cabo esa novela me impuso el deber balzaciano de describir el ascenso de la burguesía al poder, la llegada de esta nueva clase surgida de la revolución de Zapata y Pancho Villa a principios del siglo. Todos los hombres en el poder en 1950, fecha en la que se desarrolla la acción de La región más transparente, habían participado en esta revolución.

-¿Qué significa para usted, hoy en día, ser mexicano?

-Ser universal, algo que desde el punto de vista eurocentrista difícilmente puede comprenderse. Ser mexicano es una manera de pertenecer a la especie humana. Cada mexicano es fruto de mestizajes incesantes, producto de un mestizaje perpetuo entre la cultura indígena, precolombina, española, africana. Somos de todo el mundo, de América y de Europa, aunque seguimos siendo profundamente mexicanos, con nuestra propia historia, nuestra identidad, nuestros dramas. Entre esos dramas, el más importante ha sido el enfrentamiento incesante con nuestro vecino, Estados Unidos, que se saldó en 1848 con la pérdida de Texas, Nuevo México y el norte de California. Los chicanos, nativos hispanohablantes de aquellos territorios, hoy norteamericanos, comparten nuestra dolorosa historia, incluso cuando pertenecen a otra cultura.

-Como una justa revancha, el español está a punto de convertirse en el idioma mayoritario en el territorio de Estados Unidos...

-Es formidable, estos millones de personas que hablan español en suelo norteamericano. Más maravilloso aún en tanto que a mediados del siglo xxi serán la mayoría, lo cual le plantea un problema enorme a Estados Unidos, que quisiera tener una lengua única, el inglés, e imponer una sola visión de su cultura: la de los wasp (White Anglo-Saxon Protestant o blancos protestantes anglosajones). Están descubriendo que no hay una sola historia norteamericana sino varias, según el punto de vista hispanoamericano, cubanoamericano, mexicoamericano, niponamericano, afroamericano, indoamericano. Para ellos ya no es tan fácil aceptar que son un país multicultural, compuesto por el famoso melting-pot que se supone no presenta ningún problema.

-En su opinión, ¿es esencial el pluriculturalismo?

-Es indispensable, vital. Debemos abrirnos a las culturas de otros, a la identidad de los otros, que forman parte un poco de nosotros mismos. Debemos reconocernos en los otros. El mito de la cultura pura es una aberración. Si existiera sólo una, ustedes, que son franceses, se encontrarían aún en la época de Asterix. Pero no: usted es el resultado del choque de la antigua Galia con el imperio romano, el fruto de las invasiones germánicas,Êel producto de enfrentamientos y de mestizajes con sus vecinos ingleses, alemanes, españoles, italianos, todos aquellos a quienes ustedes han disputado una vez un territorio, de quienes han tomado o a quienes les han dado palabras, maneras de vestir o recetas culinarias.

Lo mismo sucede en España, donde se hablaba el celtíbero: llegaron los romanos y se pusieron a hablar dos ``latines'', el sermo vulgaris del lado del pueblo, y el sermo clericalis los sabios y letrados. Finalmente, estas dos lenguas se fusionaron en una sola: la lengua española (castellano), la de Cervantes y de García Lorca. Pero, como puede ver, este español no es una lengua original de España: es una lengua mezclada, una lengua de encuentros, que al filo de la historia se ha enriquecido más aún: el español está hecho de un cuarenta por ciento de palabras árabes, y también de gran cantidad de palabras judías. Un mestizaje absoluto...

-Por otro lado, una lengua, con todos sus mestizajes, ¿puede servir para cohesionar a una comunidad?

-Sí, y de ello le daré una prueba dramática. Los negros africanos, víctimas del famoso comercio de ``madera de ébano'' que estuvo en boga desde el siglo xviii, fueron deportados en masa al continente americano para convertirlos en esclavos. Eran millones que hablaban docenas de dialectos en los barcos que los transportaban, al grado de que no se entendían ni siquiera entre sí. Después, con el tiempo, cada uno olvidó su lengua de origen. El inglés, el español, el francés, en principio chapurrados en esta extraña forma a la que los linguistas llaman pidgin (por ejemplo, el creole), después hablados correctamente, se convirtieron en vectores de comunicación comprensibles para todos. Los negros se apropiaron de lenguas que no eran las suyas. Es más: gracias a estas lenguas aprendidas, incluso impuestas -la de Proust, la de Cervantes y la de Shakespeare-, podían pensar su propia cultura y afirmar su identidad. El continente americano tiene mucha suerte: no existe otra región en el mundo en la que, durante las cumbres políticas, veintiún jefes de Estado puedan reunirse y hablar una misma lengua. El español es el gran cemento de nuestra cultura, de aquello a lo que yo llamo el ``territorio de La Mancha'' o, dicho de otro modo, el territorio de Cervantes, que nos abarca a todos.

-En el momento en que se denuncia la globalización económica, usted aboga por una forma de mundialización cultural. ¿No es eso contradictorio?

-El verdadero peligro reside más en las culturas que se afirman con violencia, que en la globalización en sí. Podemos oponernos al rostro sin rostro de la globalización, dando a valer la importancia de la familia, la lengua, la tradición. Pero hay que combatir el resurgimiento de los nacionalismos, la xenofobia, la defensa de la pureza étnica, de todas esas cosas horribles que son fenómenos de la aldea local frente a la aldea global.

-¿Y es papel de los escritores llevar a cabo esta lucha?

-A menudo la cultura es una apuesta para los regímenes autoritarios: lo primero que hace un dictador es enviar a los intelectuales a un campo de concentración. El reciente premio Nobel, Gunter Grass, que entabló un verdadero combate para recrear una lengua alemana original y cierto tipo de relato, antes condenado a causa de su degeneración, me hizo repensar la manera en que Hitler había secuestrado la lengua alemana, quemado los libros, provocado el exilio de los escritores. La imaginación, la palabra de Grass, pudieron rehabilitar esta lengua que había sido confiscada.

-Cuando se es un intelectual latinoamericano, ¿hay que estar automáticamente comprometido?

-Ese era todavía el caso hace cincuenta años. Como decía Pablo Neruda, había que dar la palabra a quienes no la tenían. El escritor debía hablar en nombre de los silenciosos. Sin embargo, hoy América Latina posee una sociedad civil muy fuerte, en la que la gente se organiza en sindicatos, en cooperativas agrícolas, movimientos de mujeres, movimientos de homosexuales. El compromiso sartreano ha muerto en América Latina. En su lugar, los escritores están obligados con la imaginación y el lenguaje. Es una especie de nueva función social del escritor, ya que la sociedad tiene necesidad de literatura, de historias y de poesía para sobrevivir.

-Pero a usted le toca comprometerse, testimoniar, por ejemplo, contra la contaminación en la Ciudad de México, contra la violencia...

-Las cosas han empeorado. Peor que la contaminación, contra la que antes me movilicé, están la criminalidad y la inseguridad que han tomado en sus garras a la Ciudad de México. Uno tiene miedo de salir de su casa, no conocemos a una sola persona que no haya sido asaltada. Pero ¿cómo administrar una ciudad como la de México después de la crisis económica? La caída generalizada del nivel de vida ha arrastrado a la gente a conseguir dinero de cualquier modo. La corrupción, la aparición del tráfico de drogas explican por qué la ciudad se ha convertido en lo que es hoy. En lo que respecta a la droga, lo más escandaloso, en mi opinión, es la hipocresía de los norteamericanos. Acusan a Colombia y a México de ser los fabricantes, los proveedores y los traficantes, sin admitir que la demanda viene de ellos. ¡Y sin demanda no hay oferta!

-Regresemos a la escritura y a su último libro, La frontera de cristal. Usted construye en él una narración hecha de noticias que se cruzan y de fragmentos poéticos de un gran lirismo. ¿Qué lugar ocupa en usted la poesía?

-La poesía está en el centro de la literatura. Sin poesía no hay ni ensayo ni novela, porque está en el centro mismo de la palabra. Es ahí donde vive el verbo. El verbo habita la poesía y después envía mensajeros a las novelas, a los reportajes, a los ensayos, a la filosofía, a todo lo que usted quiera, pero existe un centro que es la palabra poética, que es la palabra con sentidos múltiples.

-¿Cómo percibe usted a la novela latinoamericana de hoy?

-Tras los autores del famoso boom al que pertenezco, están los del boomerang, del efecto de retorno... La literatura conoce hoy una gran diversificación, una gran riqueza: encontramos, por ejemplo, muchas mujeres escritoras talentosas, desde México hasta Chile y Argentina. Pero la literatura que se escribe en la época actual es muy diferente de la nuestra, la de nosotros los García Márquez o los Vargas Llosa... Nuestra tarea fue contar todo lo que no se había dicho de nuestra historia colectiva, todo el pasado silencioso de América Latina. El poder colonialista español controló la publicación y la circulación de las novelas en sus colonias durante tres siglos. Así, nos tocaba a nosotros volver a dar voz a este pasado. Un Alejo Carpentier no se repite... Hoy en día, los escritores abordan temas más íntimos, de la vida doméstica, de las pasiones. Como señala el peruano Alfredo Bryce Echenique, hemos escrito la Historia con hache mayúscula, mientras que ellos la escriben con hache minúscula, sin que ello sea peyorativo.

-Pero la Historia -sus violencias y sus resistencias- continúa. ¿Qué piensa usted de la situación actual de México, de las reivindicaciones indígenas, del subcomandante Marcos?

-Marcos y los suyos dan un grito de alarma. El ejército zapatista en Chiapas ha dado muestras de un inmenso valor. Hay diez millones de mexicanos indígenas que tienen derechos, que poseen una cultura y a los que se ha olvidado. Y gracias a este movimiento zapatista, hemos tomado conciencia de sus derechos. Sin embargo, México es un país que ha logrado enormes progresos democráticos. Treinta años después de los trágicos acontecimientos de la Plaza de las Tres Culturas, donde el ejército disparó sobre una multitud de estudiantes, nos encontramos en un país en transición, con la certeza de que las elecciones generales, incluida la presidencial del año 2000, serán transparentes. El único problema, como en toda América Latina, reside en el desfase entre los progresos políticos y la miseria económica. Doscientos millones de latinoamericanos sobreviven con ochenta dólares al mes cada uno. Si hacemos un esfuerzo por tener un desarrollo social y económico comparable al desarrollo político, podemos salir adelante. Si no....

Traducción de Ana García Bergua