La Jornada Semanal, 13 de febrero de 2000
Masticar la soledad en diminutas porciones de muerte
El viento seguía arrancando mil murmullos
¡Ten Piedad de su Búsqueda!
no permitas que su sacudido corazón
¡TEN PIEDAD DE SU BòSQUEDA!
porque aun desde estas rocas
¡TEN PIEDAD DE SU BÚSQUEDA!
no permitas que el aullido del mar
¡TEN PIEDAD DE SU BòSQUEDA!
tú, que desde el ojo desolado del tiempo
¡TEN PIEDAD DE SU BòSQUEDA!
y que el hermoso elíxir con que ungieron la ojiva
es solamente
un viejo oficio
pero poseer pájaros medio muertos por la
lejanía
y hacerlos cantar en el cráneo,
esa es una labor que
sólo se encuentra
en las otras vertientes del cielo
donde los
arbollones de la noche
dejan escapar
todo el esplendoroso lujo
de las estrellas nuevas
y el arancel para viajar
por el recuerdo
de un sabor a metal acabado
es menos corrosivo, a pesar de los
crueles manómetros
que miden el silencio de las palabras
caídas
en el aljibe de los sueños;
allí, es necesario trepar de
prisa las escalas
aunque nuestra conciencia suene a grillo
fracturado
y los pasos retumben en el corazón
como en
deshabitadas calles;
porque llegando al último escalón
con los
sistemas del olvido suspendidos en cada ojo,
¡qué espectáculo
hermoso!
una doncella cruel se baña en las ondas del viento
pero
tan hermosa es
que los peces de la luz le vulneran su
crueldad
comiéndole el corazón.
La doncella gime y canta soñando
que está de fiesta
por la ventana del pecho se oyen los ecos del
viento:
tu corazón está lejooos...
y lejos de las venas se
encontró el corazón
a pequeños brincos cruzó las alamedas
de luz
de una luciérnaga
y con guantes de niebla
se sentó en las
escalas de una música hermosa.
cri, cro, cri, cro, cantaba la
cigarra
apoyada en sus pétreos derribos de luna.
No nos ha de
salvar el matemático equilibrista
pensaban sus antenas
ni el
herbolario tierno de pecho devorado
ni la neumática mujer
recién
desembarcada de un cálido espacio de amor
por eso preferimos la
ululante ribera
con sus bocas de oxígeno y la luna
a quien
imploramos clemencia
para nuestra diezmada raza.
Pero ni el agua
ni el sol
ni la luna ni el viento
escucharon el anhelo
equilibrista del insecto
y el ¡craj! inevitable
sollozó en la
navaja del último lamento.
Lleno de dolor el valle
sufrió los
mecanismos de la escarcha
y el pájaro viajero del paisaje
bebió
la fiebre casta del interior de una lechuga.
Estrujados los
relámpagos clamaron
llenando de rumor la hierba
y por el ojo de
un búho
vidriada por la soledad
nació la noche con sus
milenarios documentos
de parlantes orugas
y subsuelos de
intuiciones fantásticas.
a la palabra nunca
pronunciada
que colgada de un tejo
era olfateada por una
incipiente codorniz
pero oscilante entre el olvido y el
recuerdo
gritaba formas huecas
a la mentida bendición del
tranquilo silencio
que en mitad de una roca construía una
plegaria:
``bendita madre muerte''
tú que entre los espacios sin
voluntad
del hombre esperas
torne a su esencia de gaviota
sin rumbo
sin haber escuchado los salmos que esperan
por su
llanto y su cadena de suspiros
dentro de la brillante catedral del
viento
carentes de atavíos absolutos
eres
nuestra madre y maestra
despostille el aliento de los
patios de abril
ni degüelle el perfume de las uvas de otoño
hiciste brotar la
soledad
propiciando el lenguaje de la filosofía
de tu blanca
mirada
aleje la opresión de la silente niebla
y nos deje
tocar
la prenda más hermosa
de la palabra inaudita.