La Jornada Semanal, 13 de febrero del 2000



(h)ojeadas

Sobre el ultimo de los dioses

Hugo Gutiérrez Vega

Fernando Pessoa,
Antinoo,
Acrono,
México, 1999.

El 18 de noviembre de 1930, Fernando Pessoa escribió una carta a Gaspar Simoes. En ella le habla sobre los poemas ingleses escritos en una lengua aprendida a fondo durante sus estancias en Durbán, Africa del Sur (su padrastro, el Comandante Rosa, era cónsul portugués en esa ciudad). Unas monjas irlandesas lo iniciaron en la lengua de Shakespeare. Vivía agradecido a las pedagogas insulares que en el convento de la West Street de Durbán le enseñaron, con pulso seguro y amable, los rudimentos de una lengua que, más tarde, conoció a fondo leyendo a Milton, Byron, Shelley, Keats, Tennyson y Poe. Gracias a ellos pasó su examen de admisión a la Universidad del Cabo de Buena Esperanza. Pope y Carlyle le abrieron las puertas de un idioma inglés académico, isabelino, arcaizante, personalísimo y despersonalizado, como toda su obra, con el que escribió Los Sonetos, Antinous, Epithalamium, y una serie de poemas dispersos como ``Anamnesis'', ``The Abyss'', ``The End'', ``Meantime'', ``Spell'' y ``D.T.'' Por esa misma época su admiración por Baudelaire lo llevó a escribir algunos poemas en francés.

Tomó sus traducciones como un reto y las realizó con base en los principios expuestos en un breve texto titulado ``El arte de traducir poesía''. En él nos dice: ``Un poema es una impresión intelectualizada o una idea convertida en emoción, y comunicada a los otros por medio de un ritmo doble, como lo son los aspectos cóncavos y convexos de un mismo arco, y lo constituyen uno musical y otro visual. Ambos se corresponden internamente. La traducción de un poema, por lo tanto, debe adecuarse por completo a la idea y a la emoción que lo constituyen y, además, al ritmo verbal en que se expresan.'' Pessoa tradujo ``El cuervo'', ``Annabell Lee'' y ``Ulalume'', de Edgar Allan Poe (``Tira o vulto do meu peito e a sombra de meus umbrais ...Disse o corvo ``nunca mais''). Usó el texto en inglés de W.R. Paton para hacer una pequeña antología griega que contiene fragmentos de obras de Platón, Dionisio el sofista, Arquíloco, Parménides, el Himno a Pan del maestro Therión (se trata de uno de los nombres mágicos del poeta inglés Aleister Crowley) y unos poemas de Elizabeth Barrett: ``Guarda esta fita que te mando (tirei-a dos cabelos para ti). Sentir-te-as, cuando o teu choro arda, acompanhado na tua dor por mi.'' Para esa época ya habían aparecido dos heterónimos: el Chevalier de Pas y Alexander Search, que es el relacionado con la cultura inglesa.

Hace poco leí una serie de fabulaciones sobre su carácter de mal estudiante y acerca de las caprichosas deficiencias de su inglés. Estas afirmaciones son, por supuesto, fantasiosas y no se sostienen, pues vi en la edición de sus obras completas, publicada por Nova Aguilar, de Brasil, una copia de su libreta de calificaciones del High School de Durbán, fechada en febrero de 1900:

En geometría euclidiana obtuvo un ``excellent, brilliant and original final paper'', mientras que en gramática apenas llegó a ``satisfactory''.

En la carta a Simoes dice que Antinoo y Epitalamio forman parte de un pequeño libro que aspira a recorrer el círculo del fenómeno amoroso, y que puede calificarse de ``imperial''. Así lo dividía: Grecia: Antinoo; Roma: Epitalamio; la Cristiandad: Plegaria a un cuerpo femenino; Imperio moderno: Pan, Eros; Quinto imperio: Anteros. Los tres últimos quedaron inéditos, pues no aparecieron jamás en el mítico baúl de Pessoa.

En la misma carta dice que, de todos los textos que había escrito hasta 1930, Antinoo y Epitalamio son y pueden llamarse obscenos. Y advierte: ``En cada uno de nosotros, aunque no se especialice -racional o instintivamente- en la obscenidad, hay algunos elementos de esa clave que varían de persona a persona. Como esos elementos, por pequeña que sea su graduación, significan cierto estorbo para algunos procesos mentales de carácter superior, decidí eliminarlos a través del método de expresarlos de la manera más intensa posible.''

Más adelante confiesa que no sabe la razón por la que los escribió en lengua inglesa. En pocas palabras, sabía, como Wilde, que la única manera de vencer las tentaciones es cayendo por completo en ellas y exprimiéndoles todos sus jugos esenciales.

Para ubicar Antinoo en el corpus general de la poesía de Pessoa y sus heterónimos, hay que recordar sus ideas sobre el paganismo y sus anhelos sebastianistas (la forma portuguesa del milenarismo basada en la memoria del joven y bello rey don Sebastián, desaparecido sin dejar rastro en la batalla de AlcazarquiBir).

En 1917 escribe un pequeño ensayo que titula ``El paganismo como agente de corrección del mundo contemporáneo''. En él afirma lo siguiente: ``la lucidez, la sobriedad y la concisión no son postulados sino corolarios del clasicismo pagano''. Concibe a ese mundo como la búsqueda constante de la armonía, la unidad y la coherencia de la obra artística. Dice en elogio de la tradición griega: ``Los dioses nunca mueren. Lo que desaparece es la visión que de ellos tenemos. No se fueron, lo que sucedió es que dejamos de verlos. Cerramos los ojos y entre ellos y nosotros se extendió una especie de neblina. Subsisten, viven como siempre vivieron, con su misma divinidad y su misma quietud.'' Esta nostalgia de la armonía clásica y de sus dioses hechos a la medida de los hombres, encuentra en Antinoo un tema inmejorable, enriquecido por la admiración que profesaba a Adriano, el emperador nacido en las tierras de la Hispania Bética y Lusitana. Además matiza estas nostalgias al reconocer que ``no tenemos alma griega ni romana. Amamos esas almas de perfil, de manera incorpórea. Nada del alma antigua está en nosotros o con nosotros. Nuestra ansia de belleza clásica es totalmente cristiana tanto en su furiosa búsqueda de perfección como en su desasosiego''.

Sabía que era necesario rescatar el sentido del equilibrio que permitió a los griegos expresar la belleza, y que, después de Grecia, todo se convirtió en un error y en una desviación: ``Nuestras instituciones políticas sufren de colectivismo romano o de sentimentalismo cristiano'', dice para lamentar ``la mezcla de dureza administrativa romana con la civilización humanitaria desprendida de las lecciones de Cristo'', y para establecer diferencias esenciales en los politeísmos usa una fraseÊde Herodoto: ``Las divinidades indias son de forma humana, las griegas de naturaleza humana.'' Este era el tema que ocupó una buena parte de la vida de Pessoa y del cual extrajo los aspectos esenciales de su pensamiento religioso y de su idea del amor. Recordando a los místicos, se refirió a los dos aspectos que, en su opinión, anularon la noción de los límites conocida por los griegos de manera completa: ``Ni las religiones anteriores al paganismo clásico, ni las posteriores tuvieron la noción de límite. El cristianismo es un delirio. Las religiones de la India son un hiperdelirio.''

La búsqueda del equilibrio clásico lo llevó al tema de Antinoo donde confluyen la armonía griega con las durezas del imperialismo atenuadas por el amor y el espíritu tolerante de Adriano. El emperador, como Pessoa, sintió la fascinación por todo lo esotérico, por la astrología, la magia y los ocultismos. Ya hablamos de su admiración por don Sebastián; recordemos ahora sus contactos con los Rosacruces y su iniciación en la Orden Templaria Portuguesa (pienso en los símbolos de esta orden, al final tan perseguida por la iglesia, que cubren profusamente los muros y cornisas de las iglesias de Jerez de los Caballeros, la misteriosa villa española tan cercana a la raya de Portugal).

Antinoo, ya lo hemos recordado, era para Pessoa un poema obsceno, pues su carácter frenético y desasosegado llegaba hasta el delirio en el momento de la pérdida del objeto del deseo y del amor: ``¡Mi amor, mi amor, mi dios-amor!/ Permíteme besar en tus fríos labios, tus ardientes labios ya inmortales/ Al saludarte en el dichoso portal de la muerte/ Que para los Dioses es el portal de la vida...'', dice Adriano en el poema que tan acertada y fielmente tradujo Cayetano Cantú.

En esta obra poco conocida del maestro que alguna vez afirmó ``A minha patria e a lingua portuguesa'', el narrador pone la escena, narra los funerales del bello Antinoo y, después, se pasa a la primera persona para recrear el lamento del Emperador. La traducción alcanza momentos de excelencia cuando deifica al muerto: ``Todos los dioses podrían irse, en el vasto girar del esférico tiempo. Pero si tú, que siendo uno de ellos, te hubieras ido con los errantes, regresarían cual si durmiesen para despertar.''

Adriano se enamoró del espíritu y de lo que Seferis llamaba ``el carácter griego'', de la mano de Antinoo. Este amor lo obligó a respetar la Acrópolis y cuidarla, así como a los otros monumentos del mundo clásico. Construyó su foro y sus templos abajo (se conservan la puerta de entrada y algunas columnas del majestuoso templo de Júpiter, testimonio de la prepotencia romana que todo lo magnificó por razones imperialistas) y dejó que los dioses con nombre griego (traducido al latín unos años antes) siguieran sonriendo entre las nubes y que Palas Atenea, la protectora de la ciudad, la sabia, la victoriosa, siguiera señalando el rumbo desde el corazón de su templo.

La traducción de Cayetano Cantú viene a enriquecer su bagaje griego y a ampliar nuestra idea del universo clásico. La mirada de Pessoa sobre el mundo griego, en momentos ya latino, representado por un joven -un efebo- lleno de gracia, bondad y belleza, se une a la de Cavafis y, de alguna misteriosa manera literaria, coincide con la visión de Antinoo y de Adriano contenida en la obra maestra de Marguerite Yourcenar. La participación de José Férez Kuri tiene su mejor momento en el luminoso prólogo lleno de bien fundadas admiraciones.

Es este un canto dirigido por el mayor poeta lusitano del siglo al último de los dioses de la antigüedad clásica grecolatina. Consagrado por la belleza, el amor y lo prematuro de su partida, el amante abandonado lo ubica al lado de los dioses y detiene en el tiempo su cuerpo y su sonrisa: ``¡Amor, amor, mi amor! Ya eres un dios... Ah, lo que quiero que seas ya lo eres''... y es que el amor es cosa de los dioses .



FICHERO

Aforismos

Aforismos. La palabra es el falo del espíritu, Gottfried Benn, selección y versiones de José Manuel Recillas, Col. Las cascadas prodigiosas, Universidad Autónoma de Puebla/Verdehalago, México, 1999, 59 pp.

Ensayo (literario)

Humalda. El Valle de los Ausentes, Iván Rendón Llamas, Plaza y Valdes Editores, México, 1999, 77 pp.

Ensayo (sociológico)

Creación de alternativas en México, Daniel Cazés, coordinador, Col. Alternativas, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias UNAM, México, 1999, 486 pp.

La tierra en Chiapas. Viejos problemas nuevos, Daniel Villafuerte Solís, Salvador Meza Díaz, et al., UNICACH/Plaza y Valdés Editores, México, 1999, 376 pp.

Policía mexicanaâ José Arturo Yáñez Romero, UAM-Xochimilco/Plaza y Valdés Editores, México, 1999, 293 pp.

Un amor que se atrevió a decir su nombre. La lucha de las lesbianas y su relación con los movimientos homosexual y feminista en América Latina, Norma Mogrovejo, CDAHL/Plaza y Valdés Editores, México 2000, 397 pp.

Música

Ilusiones y Destellos. Retratos del rock mexicano, Fernando Aceves, Plaza Janés Editores, México, 1999, 119 pp.

Narrativa

Cartas alemanas, Jorge Arturo Ojeda, Col. Lecturas mexicanas, cuarta serie, Conaculta, México, 1999, 143 pp.

Poesía

El diablo no quedó defraudado, Eusebio Ruvalcaba, Col. Carmesí coagulada, Daga Editores, México, 1999, 94 pp.

Elogios de la luz y de la sombra, Jaime Labastida, Col. Los poetas, Editorial Aldus, México, 1999, 55 pp.

Epifanías, Fernando Rodríguez, Serie José Yurrieta Valdés, UAEM/Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 1999, 38 pp.

Jasaduras, Gabriel Magaña, Col. Cuadernos de la salamandra, Ediciones Casa Juan Pablos/Ediciones sin Nombre, México, 1999, 60 pp.

La luciérnaga extraviada, Ana María Jaramillo, Col. Cuadernos de la salamandra, Ediciones sin Nombre/Ediciones Casa Juan Pablos, México, 1999, 83 pp.

La sed de los cadáveres, Armando González Torres, Col. Carmesí coagulada, Daga Editores, México, 1999, 55 pp.

Luz de trueno, Eduardo Cerecedo, Col.Carmesí coagulada, Daga Editores, México, 1999, 47 pp.

No anunciar, Armando Oviedo, Serie José Yurrieta Valdés, UAEM/Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 1999, 31 pp.

Revistas

Arqueología Mexicana, núm. 4, noviembre 1999, fotografía de Patricio Robles Gil y compilación y textos de Eugenia Pallares, Editorial Raíces/Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 78 pp.

Crítica, núm. 79, dic.1999-enero del 2000, nueva época, año XXI, textos de Juan Gustavo Cobo Borda, Adolfo Castañón, Daniel Samoilovich, John Berryman, Mario Viveros, Octavio Torija, Francisco García González, entre otros, Universidad Autónoma de Puebla, México, 118 pp.

Documenta, núm. 1, noviembre de 1999, nueva época, revista semestral de investigación teatral, textos de Luis Armando Lamadrid, José Santos Valdés, Luz María Robles Dávila, Reyna Barrera, Lucía Beviá, Carmina Navarro, entre otros, Conaculta, México, 144 pp.

Estudios jaliscienses, núm. 39, febrero del 2000, revista trimestral de El Colegio de Jalisco, textos de Cristina Gutiérrez Zúñiga, Alma Dorantes González, Víctor M. Ramos, Renée de la Torre, entre otros, México, 71 pp.

Equis, cultura y sociedad, núm. 22, febrero del 2000, textos de Sara Sefchovich, Sergio Pitol, Jorge Herralde, Gustavo Iruegas, Luis Miguel Aguilar, Luis Lesur, Carlos Martínez Assad, entre otros, Ulises Ediciones, México, 80 pp.

IPN. Ciencia, Arte: Cultura, núm. 29, enero-febrero del 2000, vol. II, nueva época, año 5, publicación bimestral, textos de Martín Bonfil Olivera, Diódoro Guerra R., Hipólito Rodríguez Herrero, Raúl Godínez Cortés, José Gordon, entre otros. Instituto Politécnico Nacional, México, 64 pp.

Letras libres, núm. 14, febrero del 2000, año II, revista mensual, textos de García Ponce, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco, Gabriel Zaid, Carlos Monsiváis, Emilio Zebadúa, Ana Cecilia Terrazas, Miguel Adriá, entre otros, México,115 pp.

Los universitarios, núm. 4, enero del 2000, quinta época, textos de Constantino Cavafis, José Saramago, José Ramón Enríquez, Estanislao Ortiz, entre otros, Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM, México, 45 pp.

Origina, núm. 84, febrero del 2000, año 7, textos de Jacques Bonnavent, Luis Ramón Bustos, Roberto Max, Alma Karla S., María Teresa Priego, entre otros, Gilardi Editores, México, 68 pp.

Ventana interior, núm. 6, enero-febrero del 2000, vol. II, año 1, textos de Raúl Mejía, Víctor Ardura, Julio Rangel, entre otros, Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Centro Occidente, México, 64 pp.