La Jornada Semanal, 30 de enero del 2000



Luis Tovar


CINE

Artes sin musa

En busca del yo perdido

El viernes pasado se estrenó en cartelera Bajo California, el límite del tiempo (1999), película con la cual Carlos Bolado debutó como director fílmico (luego de una ya larga y notable trayectoria como responsable del montaje, entre muchas otras, de Como agua para chocolate, de Alfonso Arau, y Hasta morir, de Fernando Sariñana).

Bajo California... fue realizada según el más puro esquema del cine de autor: además de la dirección, Bolado es responsable de la producción, fue coguionista junto con Ariel García, se ocupó del casting y, por supuesto, también se hizo cargo de la edición del filme. El resultado es, para tirios y troyanos, la mejor película mexicana realizada en los últimos tiempos.

Damián Alcázar -que comienza a descollar como el actor más capaz de meterse a fondo en los personajes que interpreta- encarna aquí a un chicano que sale de San Diego y se dirige a Baja California. Su periplo es la trama: Damián -ése también es el nombre del personaje- atropelló accidentalmente a una mujer embarazada y ahora viaja hacia el sur en su camioneta, totalmente solo, por más que en su cabeza no paren de resonar las voces y de fulgurar las imágenes de su esposa y su hijo recién nacido. En un momento dado, abandona la camioneta y, sin más, se echa a caminar a mitad del desierto bajacaliforniano.

Lo que Damián va a encontrar, entre otras cosas, no es sólo la tumba de su abuela, una localidad donde todos se apellidan igual que él, ni un conjunto de pinturas rupestres imposibles de describir si uno no las ha visto, a riesgo de quedarse corto en la explicación de su origen, la interpretación de su significado y la valoración de sus cualidades estéticas. No: Damián va en búsqueda de sí mismo y la dualidad es su signo, situación claramente establecida a través de varios elementos: la mujer y el niño vivos a los que ha dejado atrás, y la mujer y el niño muertos a los que no puede dejar atrás; la naturaleza híbrida del propio Damián -un chicano cuyas raíces lo han esperado desde siempre-; los dos colores en los que se divide la figura humana tutelar que alguien pintó hace mucho, muchísimo tiempo en una cañada casi inaccesible; y, muy significativamente, las espirales y los círculos concéntricos que Damián encuentra por todos lados -uno de estos signos adorna su frente y es la marca con la que un caminante anónimo (Gabriel Retes) sabe que Damián está ahí por una razón especial.

De algo que en esencia podría considerarse como una muy sencilla road movie, Carlos Bolado supo armar un complejo y al mismo tiempo elegante juego de origen y destino. La espiral que Damián traza con piedras en medio de un paraje interminable, para luego quedarse de pie justo en el centro, es el resumen de la tesis que Bajo California... sustenta: el principio y el fin son más parecidos entre sí de lo que estamos dispuestos a reconocer, y cuando nos damos a la tarea de buscarnos fuera, terminamos por encontrarnos en lo más profundo de nosotros mismos.

El mismo Bolado reconoce que, en un momento dado, había concebido su película como documental; de hecho, Bajo California... puede caber en ese neogénero que algunos llaman ``docuficción''. Dos elementos del filme generan esta hibridez: la profusión de paisajes y el ritmo narrativo. A cada tanto, Bolado se detiene con manifiesta delectación en tomas abiertas que muestran la vastedad del territorio bajacaliforniano, para luego pasar, súbitamente, a un plano cerrado que nos muestra los pies del protagonista caminando sobre arena, piedras, hierba, tierra, de nuevo arena..., o bien al detalle de una mano que sirve de molde para pintar sobre la roca su contorno.

El empleo de este tipo de recursos de edición (abundantes a lo largo de todo el filme) trasciende el simple mérito técnico o de ritmo: provoca en el espectador la misma sensación que debe estar viviendo Damián: que somos pequeños comparados con la dimensión del tiempo, con la vastedad de nuestro entorno, con la historia que nos precede y con lo que nos falta por ver y aprehender, pero que así está bien, porque de cualquier modo seguimos siendo la medida del universo, y éste puede ser infinito o infinitesimal.

Bajo California, el límite del tiempo, ha ganado varios premios cinematográficos antes de su estreno. En la pasada Muestra de Cine Mexicano obtuvo el premio del Jurado Nacional; una mención honorífica en el Festival de Munich, el premio a la Mejor Película en el Festival de Cine Latino y siete Arieles en la última entrega de este trofeo. En nuestro medio cinematográfico no es nada raro que una producción galardonada por la crítica especializada produzca en el público una respuesta más bien tibia, aunque, como se sabe, muchas veces esa parquedad tiene que ver más con la promoción de una película que con su contenido. Bajo California... no tiene nada que ver en cuanto a contenido, estilo y temática, con las cintas mexicanas que recientemente han logrado el otrora milagro de recuperar la inversión y generar ganancias. Dadas esas diferencias, es deseable que el público reciba bien este inteligente y atinado ejercicio narrativo, en el que Bolado ha puesto su dominio de la técnica cinematográfica en el mismo nivel que su pericia para plasmar un entrañable retrato del alma doble con la que algunos viven.

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