La Jornada Semanal, 6 de febrero del 2000



Roger Grenier

Camus:
no soy existencialista

Roger Grenier, autor de Albert Camus, una biografía intelectual (Gallimard, 1991), nos habla en este ensayo de las vidas paralelas y divergentes de Camus y de Sartre, y pone el énfasis en dos aspectos esenciales de la vida y la obra de Camus: su amor por la libertad y su defensa de la tolerancia, concebida como el único clima que propicia el diálogo humano.

¬!No, yo no soy existencialista'', declaró Albert Camus en 1945, en una entrevista concedida a Jeannine Delpech. ``Sartre y yo nos sorprendemos de ver siempre nuestros nombres asociados. Incluso pensamos publicar un pequeño desplegado en donde los abajo firmantes declararan no tener nada en común y se negaran a aclarar las dudas que pudieran suscitar respectivamente. [...] Sartre sí es existencialista, y el único libro de ideas que yo he publicado, El mito de Sísifo, estaba dirigido contra los filósofos llamados existencialistas.''

Esto no le impidió a nadie, en esa época, englobar a Camus en el lote de nuevas celebridades, junto con Sartre, De Beauvoir, Boris Vian y los habituales del café De Flore.

Resulta siniestramente gracioso releer lo que escribía en aquel momento el estalinista Jean Kanapa, en El existencialismo no es un humanismo: ``Es cierto que el Sr. Camus ha clamado no ser existencialista. No resta más que su Mito de Sísifo tome perfectamente el lugar al lado de Pyrrhus y Cinéas de la señora De Beauvoir, aunque sea más bien literario que filosófico.'' Y si Raymond Aron precedió a Camus como editorialista en Combat, fue como consecuencia directa del existencialismo de Camus. ``¿Quién no puede darse cuenta de que El mito de Sísifo se traduce políticamente por el neofascismo de Raymond Aron?... Jean Kanapa hace igualmente una extraña amalgama entre Camus y el existencialismo cristiano de Gabriel Marcel: ``¡Qué cercano se encuentra G. Marcel de Camus! ¡Cómo se parecen todos los existencialistas! ¡Que armonía en la maniobra! Puesto que se trata de una maniobra, ya que el existencialismo de Marcel y el de Camus llevan directamente a la posición política que no osa decir su nombre: la reacción.''

Estas son las sorprendentes divagaciones de un libro que acusa: ``los existencialistas, los mentirosos, los enemigos del pueblo, los enemigos del hombre''.

``¡Enemigos del pueblo! Si Kanapa y los suyos hubieran llegado al poder, yo no habría sobrevivido!'', nos dice Camus.

Más seriamente, Sartre ha explicado que Camus no es un existencialista y que sus verdaderos maestros son los moralistas franceses del siglo XVII. Y explica que la palabra absurdo no tiene el mismo significado para Camus que para él: ``El absurdo nace para él de la relación entre el hombre y el mundo, de las exigencias razonables del hombre y de la irracionalidad del mundo'', mientras ``lo que yo llamo absurdo es una cosa muy diferente: es la contingencia universal del ser, que es, pero que no es el fundamento de su ser; es lo que hay en el ser de dado, de injustificable, de siempre elemental.''

Para el existencialismo el hombre no es su propio fin, ya que no existe más que proyectándose fuera de sí mismo, a lo que llamamos la trascendencia. En cambio, para Camus el hombre es su propio fin. De esta manera precisa su posición respecto al existencialismo, o más bien respecto a los existencialistas:

A pesar de las aclaraciones, el público encontraba algunas excusas para incluir a Camus entre los existencialistas, y no se trataba solamente del Bardu Pont Royal y de los sótanos de Saint Germain des Prés, su territorio común. En 1945 Camus publicó Observaciones sobre la sublevación (Rémarque sur la révolte) como parte de una obra colectiva que lleva un título elocuente: La existencia. Los otros autores eran Benjamín Fondane, Maurice de Gandillac, Etienne Gilson, Jean Grenier, Louis Lavelle, René La Senne, Brice Parain y A. de Waehlens. En efecto, había con qué equivocarse. Camus subraya, de manera humorística, lo difícil que resulta dar a cada uno la etiqueta que le conviene, y constata lo que hay en común entre Sartre y él: que ninguno de los dos cree en Dios y, de entrada, no creen en el racionalismo absoluto. Y agrega:

Pero en fin, tampoco Jules Romains, ni Malraux, ni Stendhal, ni Paul de Koch, ni el Marqués de Sade, ni André Gide, ni Alejando Dumas, ni Montaigne, ni Eugne Sue, ni Molire, ni Saint-Evremond, ni el cardenal de Retz, ni André Breton. ¿Es necesario incluir a todas estas gentes dentro de la misma escuela?

Traducción de Alejandra Moya