La Jornada Semanal, 23 de enero del 2000


Víctor Manuel Mendiola


De la poesía


Manuel Ulacia

Si ya es una sorpresa toparse con un poema social (la inmensa mayoría muy malos por ramplones y falsos), más desconcertante es -en el contexto latinoamericano- una composición no de la guerra civil española, ni de la revolución rusa o cubana, ni de los movimientos rebeldes exaltados desde los años sesenta hasta los noventa (con su cauda de héroes dudosos), sino un poema acerca de la Alemania nazi. Este es el caso de El plato azul (Ditoria, México, 1999) de Manuel Ulacia (1953).

En el centro de este poema encontramos una contradicción de dimensiones históricas. Entre Nora (``de familia protestante,/ acomodada, sobria'') y Paul (``...hijo de abogados,/ liberales que frecuentaban a todo el mundo/ y que recibían en su hotel particular/.../ y daban fiestas donde desfilaban/ todas las jóvenes hermosas, seleccionadas/ en la sinagoga'') surge más que un teatro de lo siniestro una representación compleja de sentimientos y valores y, por medio de ellos, observamos la transformación del poema en un testimonio. A propósito de la literatura de testimonio habría que releer La prisión donde vivo (Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 1998), una magnífica antología de escritores encarcelados en traducción de Aurelio Major y Aura Levy.

Aunque captamos con toda claridad el ambiente ominoso que precedió al holocausto, El plato azul no desarrolla una lógica tonta e ingenua del vicio ampliamente recompensado, a la manera de la literatura comprometida, en donde seres bondadosos caen en las garras de alguaciles malvados. No hay la clásica dialéctica -en realidad no literaria o incluso antiliteraria- de los buenos, por un lado, y los malos, por el otro. Por el contrario, aunque el poema tiene presente la materia maligna de esa época, la oposición a la que nos enfrenta es de una índole muy diversa. El plato azul explora cómo donde suponemos que está el mal en los hechos está el bien y cómo la pasión, como dijo Ficino, es ``cuando dos se aman mutuamente: él en éste y éste en aquél vive''.

Paul, en las primeras persecuciones, en la famosa noche de los cristales rotos, se ve obligado a dejar Berlín. Parte a Londres. Sus padres no pueden huir. En plena guerra, Nora casa con un oficial de la Gestapo. En su pequeño cuarto, en Londres, Paul oye la radio; a veces tiene que ir al underground por los bombardeos. Nora, a escondidas, quizá con pavor, da refugio al viejo matrimonio. Roba, de su propia casa, comida para la pareja judía. ``Finge felicidad y celebra con su esposo/ las conquistas de la nueva Alemania.'' La identidad de Nora y Paul sobrevive a la diferencia de religiones, de grupo social, de status civil y al régimen totalitario de Hitler.

En El plano azul, la narración de los hechos llena el espacio del poema. Pero lo más importante es que la historia de la narración poética se apodera de los acontecimientos, establece una organización no obvia de las vicisitudes históricas. La descripción de los lugares y de los personajes, la exhibición -como dijo Poe- del símbolo trágico por excelencia (la destrucción de la juventud), la presencia de un conflicto inicial (la familia protestante/la familia judía) y su inversión repentina en una nueva dicotomía más compleja (la pareja judía perseguida/la esposa protectora), el establecimiento de una nueva unidad (la transferencia del amor), las partículasÊprosaicas contrastadas con los nudos líricos, la duración de la prosa y la instantaneidad de la poesía, las palabras del léxico de la segunda guerra mundial y la imagen intemporal -única y en mármol- de la pareja besándose arman el discurso del poema y, al mismo tiempo -en viceversa-, rearman la realidad. Llama la atención la manera como el poema sostiene un tono mesurado (cero exaltación) y cómo las referencias a los hechos mantienen, a través de un lenguaje discretamente bello, el carácter aciago de los sucesos. Aunque El plato azul no usa un repertorio de palabras exóticas, el poema tiene una tenue tonada modernista -las enumeraciones y una cierta delicadeza recuerdan al poeta cubano Julián del Casal.

En el texto de Ulacia hay una operación de ir por el revés con respecto a la poesía social o comprometida. La eficacia del poema deriva de comprender el ritmo que producen las formas en el plano del sentido, de seguir la contradicción que nos plantea -no la acción de las ideologías en la realidad- sino el destino, ideal pero verdadero, de los personajes en el interior del poema. El plato azul, al entender a priori -sin prejuicios- a Nora y a Paul, al recrearlos de un modo lírico, al transformarlos en ingredientes del discurso poético, al preferir las categorías estéticas, es decir, las intuiciones de los sentidos sobre las demandas ideológicas produce un cuento complejo que, de un modo contradictorio, reproduce mejor la realidad. De este modo, eludiendo las oposiciones groseras de la poesía social, El plato azul también nos entrega un documento. Si la poesía comprometida es un ejemplo de lo que no es la literatura (basta con leer los malísimos poemas sociales de grandes poetas como Pablo Neruda o Gonzalo Rojas para comprobarlo), la poesía de testimonio parece ser un camino mucho más eficaz. El plato azul es refrescante por su llaneza y cambio de sentido. Sin embargo -hay que decirlo- seguimos prefiriendo Origami de un día de lluvia (1990), uno de los poemas más valientes y originales de la nueva poesía.