La Jornada Semanal, 16 de enero de 2000
Es pues la inesperada línea
La que obliga
A teñir de azul el
abanico
A rozar apenas, imperceptiblemente,
El grandioso enigma
del placer.
He puesto ante ti
Un bosquejo en colores
Que van llenando
rostros y testigos
Buscando en pos del sin afán.
Quisiera, amigo,
Que tuvieras
El signo,
Incluso,
Para
amar.
Hay un hombre que mira despacio
Hay un hombre que mira despacio
Hay un hombre que mira despacio,
el cielo.
Un hombre sin
turno,
un hombre sin vuelos,
un hombre hacia adentro.
el cielo
buscando el
sentido
al conjuro del tiempo
y cierra los ojos
cansado
de
tanto silencio.
muy despacio,
el cielo.
Cada hombre construye su laberinto
y se echa a andar
con la
mirada sobre los pasos
y una mano atada.
La noche -de todos
modos- cae
aunque ligera
porque la noche es sólo un viento
oscuro
para que los ojos descansen
y se pueda mirar hacia
arriba.
(Yo pierdo el camino
y gano una estrella).
Las
circunstancias se retuercen,
las paredes caen:
el hallazgo del
jardín
siempre al otro lado.
Muérdete los labios
hasta que el
deseo desaparezca
y tengas hambre
y sólo tengas
sangre.
Sigue caminando. Siempre sigue.
Era la tarde
llena de sombras
asomándose al dorso
de mi
alma.
Sí,
ya era tarde,
no la vi despedirse,
ya no
estaba.
Su marcha precipitada
indicó
que la mañana
había
partido,
sólo quedó la tarde.
Declina el sol,
quiero mirar su
fuerza,
no es la de antes,
se nubla el día
aún en
primavera,
suspiro,
mejor duermo,
un reloj
me avisa
un
calendario.
Vuelan ángeles en escobas.
Suavemente se deslizan
en las ondas
de la noche.
La luna apenas brilla.
Las escobas
sonríen
mientras nosotras
suspiramos en almohadas.
Nada
parece más real
que cobijar este sueño
de rutas y
anuncios.
Tú cierras los párpados
y simulas no oír nada.
Los
ángeles vuelan
miércoles y jueves en escobas.
Navego en los aromas
El olor de la orquídea
Mi cuerpo
Voy bajo las piedras
Como si la memoria que me funde
como en un dulce
vehículo húmedo.
me transporta
y en intensidad de
vertiente
el fermento de la tierra
desmaya.
anida en vastedades
y el río que me recorre
se
agita
extiende brazos
de niebla verde y espesa.
donde el olor de mi cuerpo
se moldea
a
contrapunto
en el golpear
de un piano
que nunca fue
tanto
un piano.
no terminara
entre los
huertos.