La Jornada Semanal, 16 de enero de 2000



Ernesto Flores Vega

Las artes sin musa

El rock indispensable de la década

A Gabriela Círigo

Adiós para siempre adiós a la década de los noventa. Deseo contribuir al divertimento ``propón tu lista de lo mejor de la década'' sometiendo a la consideración del amable lector de La Jornada Semanal una lista de los que, a mi humilde juicio, son los discos de rock que mejor definen estos diez años. Ya se sabe que cualquier selección de este tipo siempre será arbitraria. Además, el abigarrado panorama musical de hoy en día convierte en ajustado corsé una etiqueta como ``rock''. ¿Es ``rock'' lo que hacen Beck, The Chemical Brothers, Massive Attack o Portishead? Si el lector me acepta un cajón tan ancho, paso a mostrar a mis candidatos.

Achtung baby,U2 (Island, 1991). El cuarteto irlandés se refugió en Berlín y se reinventó; se despojó de la actitud redentora y abrazó el cinismo autoparódico. Resultado: se puede ser rock stary seguir teniendo sentido. Del rocanrol poderoso y hasta bailable (``Even better than the real thing'' y ``Misterious ways'') a la balada desgarradora (``One'' y ``Love is blindness''), U2 confecciona un disco difícilmente superable, incluso por ellos mismos.

OK Computer, Radiohead (EMI, 1997). Las comparaciones no sólo son odiosas, sino simplificadoras; aún así, puede decirse que este es el Dark side of the moon de los noventa. En apenas su tercer disco, la banda encabezada por Thom Yorke le saca todo el provecho a un estudio de grabación y expande las posibilidades de la guitarra. Desde su título, la obra es un alegato acerca de la alienante tecnologización de la vida contemporánea.

Ragged glory, Neil Young & Crazy Horse (Reprise, 1990). ``Padrino del grunge'' le llamaron y no exageraron. Young inició la década con este relámpago rancherón y eléctrico. Jipioso, nostálgico, energético, el reincidente compañero de Crosby, Stills y Nash demostró ser mucho más que un guitarrista de flannel shirt. La poderosa ``Over and over'' coexiste armónicamente con la ambientalista ``Mother earth (Natural anthem)''.

Ten, Pearl Jam (Epic, 1991). Pocas agrupaciones tan íntegras e intensas como este quinteto de Seattle, la patria gronchera. Once canciones intensas; once canciones de sobrevivencia; once canciones que le parten la madre al derrotismo. ``Even flow'', ``Alive'', ``Jeremy'' y ``Release'' no sólo incitan al stage diving: reinterpretan el dictum rocanrolero ``es mejor quemarse que oxidarse''. No por nada Pearl Jam terminaría palomeando con Neil Young.

Nevermind, Nirvana (DGC, 1991). ¿Habría sido lo mismo el rock de los noventa sin ``Smells like teen spirit'', gancho al hígado del escucha? Todo este disco alentó la reconversión industrial de lo hasta entonces considerado ``alternativo''. Buenos mezcladores de punk, metal y pop, la tríada conformada por Cobain, Grohl y Novoselic recicló muy bien el sonido de los Pixies, entre otros, y lo vendió por millones. De paso cambió el curso del rock.

Metallica, Metallica (Polygram, 1991). Para algunos -nostálgicos del duro sonido Kill'em all- esta grabación marca la llegada del Metallica ``fresón'' y ``vendido''. No para la mayoría, que apreció el dramatismo de ``The Unforgiven'' y ``Nothing else matters'' y la fuerza de ``Enter sandman'' (un clásico instantáneo en el catálogo de estos californianos) y de ``Wherever I may roam''. Hard rock con inteligencia, una combinación no siempre bien avenida.

Dummy, Portishead (Go Discs!/London, 1994). Pioneros, junto con Massive Attack -sus paisanos del puerto de Bristol- de lo que se dio en llamar trip-hop, este trío hacedor de música de difícil disección abrió una importante brecha con este disco nocturno. La voz de Beth Gibbons (``Give me a reason to love you/ Give me a reason to be a woman'', reta la cantante en ``Glory box'') es idónea para las pasiones sadomasoquistas que pueblan el disco.

Slanted & Enchanted, Pavement (Matador, 1992). El primer disco de larga duración de este grupo de Stockton, California, es un monumento a la estética ``lo-fi''. Y es que Pavement no se preocupa por el refinamiento sonoro ni por hacer explícitas sus letras. Herederos de la vertiente minimalista, experimental y country-folk de The Velvet Underground, rasgan y rasgan sus guitarras hasta que les extraen pepitas de oro.

Odelay, Beck (DGC, 1996). Beck Hansen es la licuadora más emblemática del pop de los noventa. Nadie como él ha mezclado el folk, el hip-hop, el punk, el funk y el lounge. Este disco (que según su autor debe pronunciarse ``Orale'') es un pastiche bastante disfrutable. Esto es lo que Bob Dylan hubiera compuesto si en lugar de escuchar a Leadbelly y juntarse con Al Kooper hubiera escuchado a Public Enemy y se hubiera juntado con los Beastie Boys.

To bring you my love, P. J. Harvey (Island, 1995). Este es un álbum femenino y áspero; femenino y retador; femenino y cuestionador. Olvídese el escucha del género de su artífice: es áspero, retador y cuestionador. Desde lo más hondo de sus entrañas, Polly Jean Harvey extrae su ácida noción del amor y la pasión. Cortes relevantes: ``Working for the man'' y ``Down by the water''. La producción de Flood dota a la obra de una atmósfera narcótica.

Time out of mind, Bob Dylan (Columbia, 1997). El legendario bardo de Minnesota no sólo se negó a morir en esta década, sino que le obsequió uno de los mejores discos de su longeva carrera. Time out of mind es la obra agridulce de un sexagenario que sabe de los altibajos de la pasión amorosa (``Love sick'') y que, además, reconoce no encajar en las modas prevalecientes (``Not dark yet''). Daniel Lanois acompaña y produce. Dylan, por siempre joven.

Automatic for the people, R.E.M. (Warner Bros., 1992). Tras el también brillante y memorable Out of time, Michael Stipe y compañía repiten la hazaña de elaborar un disco apasionado y sin rellenos. Las habilidades autorales de la banda de Athens, Georgia, se ven enriquecidas con los arreglos orquestales del zeppelinesco John Paul Jones (``Drive'', ``Everybody hurts'', ``The sidewinder sleeps tonite'' y ``Nightswimming''). Para llorar de gusto y tristeza.

BloodSugarSexMagik, Red Hot Chili Peppers (Warner Bros., 1991). Antes de Rage against the machine, antes de Korn y Limp Bizkit, hubo Peppers. Quizá sin el compromiso político de los primeros, quizá sin el valemadrismo de los segundos. El punk-funk-rap ultraenergético de los Peppers alcanzó aquí su madurez en sonido y letras. ``Suck my kiss'', ``Give it away'' y ``Under the bridge'', gran elegía urbana, lo confirman.

Urban Hymns, The Verve (Virgin, 1997). Esta malograda banda británica produjo tres discos (este fue el tercero) y se eclipsó, víctima de la presiones del show biz y del abuso de estimulantes. Aquí están, sin embargo, las enseñanzas de Beatles, Stones y Led Zeppelin. Grupo melódico y psicodélico, The Verve podía componer tan bien la balada memorable (``Bitter Sweet Symphony'') como la rola frenética (``Come on''). Brit-pop sin edulcorantes.

Dig your own hole, The Chemical Brothers (Astralwerks, 1997). ¿Rock o música bailable? Rock bailable y sin fronteras. Tom Rowlands y Ed Simons se valen de cuanto sonido cae en sus tornamesas y samplean hasta los ruidos de la calle para hacer la música más inclasificable, aunque deliciosamente funky, de los noventa. En esta ocasión invitaron a Beth Orton, Noel Gallagher (de Oasis) y Kool Herc para enriquecer su collage sonoro.

<b>Rage against the machine, Rage against the machine (Epic, 1992). Antes de que el Sup Marcos alzara la voz, este grupo losangelino ya tenía el puño arriba y coreaba consignas con furia justiciera. Esto es lo que surge cuando se combinan el metal, el hip-hop, el funk y el pensamiento crítico de Fanon y Chomsky, entre muchos otros. ``Killing in the name'', ``Take the power back'' y ``Bullet in the head'' son poderosos antídotos contra el mutismo y la apatía.

Mezzanine, Massive Attack (EMI, 1998). De acuerdo, Blue lines y Protection -los primeros dos discos de estos nativos de Bristol- podrían figurar perfectamente en esta lista, pero Mezzanine confirma a un grupo en plena evolución. Papás del trip-hop, asimilan influencias que van del más cadencioso reggae al sonido particularmente dark de Joy Division. Esta es una idea sugerente de cómo podría ser el rock del próximo milenio.

This is hardcore, Pulp (Island, 1997). Jarvis Cocker, letrista y cantante de este grupo, es tan bueno como el mejor David Bowie. Tragicómico, Pulp abreva en la rica tradición británica y pone al día lo que alguna vez se llamó new wave. Sus canciones no serán tan tarareables como las de Oasis, pero tienen la virtud de la aguda observación social. Sus tópicos: el paso del tiempo, la lucha de géneros y clases y las urgencias amorosas y sexuales.

Siamese dream, Smashing Pumpkins (Virgin, 1993). Medio alternativa y medio grunge, la segunda entrega discográfica del grupo comandado por Billy Corgan (producida por Butch Vig, de renombre nirvanesco) es un panorama de potencia sonora y deliciosos instantes de etérea psicodelia (``Hummer'', ``Geek U.S.A'', ``Silverfuck''). Escúchese aquí a un grupo bien aceitado, antes de que la heroína y la lucha de egos les pasaran la cuenta.

Blur, Blur (EMI, 1997). Es cierto que ``Song 2'', incluida aquí, no define cabalmente a este grupo británico que recuerda a Kinks, Beatles y XTC, y sin embargo es una rolita deliciosa: el cielo rocanrolero en apenas dos minutos. Influido por los estadunidenses de Pavement, Blur incursiona en el lo-fi con resultados sorprendentes. Blur es el preludio del más experimental y propositivo 13. Una banda para seguir muy de cerca en el siglo XXI.

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