Ojarasca, número 33, enero de 2000


De cómo nace el idioma
de los kichwa runas


pag 7 pintas pablo

Un día el Tiempo despertó muy triste; su tristeza fue tan grande que todos quienes vivían en el Universo se pusieron melancólicos y muy preocupados. Por esa razón se pusieron de acuerdo en ofrecerle las mejores canciones que sabían, las mejores danzas que habían aprendido, con el propósito de devolverle la alegría al Tiempo. Ellos, en efecto, cantaron y bailaron como nunca, y el Tiempo, aunque se sentía muy agradecido, no lograba recuperar su alegría, apenas dejó escapar un suspiro cansado y profundo y logró moverse a un costado.

Los habitantes del Universo, cansados por el esfuerzo que habían realizado y muy acongojados por no haber logrado su objetivo, se quedaron mirando unos a otros sin saber qué decirse ni qué hacer y del cansancio se durmieron, unos por un lado, otros por el otro. En sus sueños, el Sol y la Luna asomaron como una silueta que intentaba abrirse paso entre las tinieblas y cuando estuvieron a punto de lograrlo una tormenta de rayos y truenos impidió su propósito, entonces despertaron y trataron de averiguar qué era lo que sucedía. Al despertar, cada uno comentaba el sueño que había tenido. El cóndor, que era el más anciano de todos, decía que el mensaje era claro, que para lograr la alegría del Tiempo debían recurrir al Padre Sol y a la Madre Luna, que ellos les podían ayudar; y así lo hicieron, les llevaron ofrendas, cantos, danzas y les pidieron ayuda en su propósito de devolverle la alegría al Tiempo.

El Sol y la Luna escucharon su pedido y prometieron ayudarles porque ellos, al igual que todos, también se habían contagiado con la nostalgia del Tiempo y creían que no era justo que la tristeza empezara a destruirlos. Por esa razón ellos se unieron en este propósito.

Al escuchar esto, todos recuperaron la energía, los ánimos de cantar, bailar para el Sol y la Luna, que en el ocaso enrojecido se envolvían y desaparecían. Así pasaron nueve lunas acompañadas de cantos y danzas. De pronto, cuando todos por el cansancio descansaban se escuchó el llanto de dos niños, una hembra y un varón. Al escuchar el llanto todos despertaron, se acercaron a los niños para contemplarlos, mirarlos y arrullarlos.

Emocionados, los habitantes de ese tiempo les brindaron ofrendas, cantos, danzas, y así junto a los niños, cantaron y danzaron por el lapso de diez meses. En ese tiempo los niños pudieron escuchar los sonidos del viento, del mar, las cascadas, los ríos, las flores, las plantas, los pájaros que las innumerables delegaciones traían consigo desde los diferentes suyus, que reproducían los sonidos de cada región con sus instrumentos o con los animales y aves que entregaban como recuerdo a los niños.

Esos sonidos se aprendieron de memoria y fueron hilando, tiñendo, urdiendo, tejiendo; los fueron tallando, puliendo. Así brotaron las palabras como riachuelos, ríos, lagunas, mares; luego como llovizna, lluvia, tormenta; de ahí brotaron como vientos, tornados, huracanes; finalmente como rayos y truenos. Así se fue formando el Runa Shimi, el idioma de los kichwa runa, el idioma de los Hijos del Sol y la Luna. Así fue creado el kichwa, la lengua de los habitantes de esta tierra, para que el Tiempo y el Universo recuperaran su alegría y nunca estuvieran tristes. Por eso el kichwa tiene el sonido de los huracanes, el vuelo de los cóndores o el suave deslizamiento de las olas de los ríos, las lagunas y los mares o el suave aleteo de las hojas. 

  
Ariruma Kowii, escritor y periodista kichwa, es fundador y fue director del Taller Cultural Causanacunchic.
Es miembro del equipo de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, para la elaboración de las propuestas de reforma constitucional y su delegado en la Comisión de Reforma Constitucional entre la conaie y el gobierno. Ha publicado dos libros de poesía: Mutsuktsurini (1988) y Tsaitsik (1993).
 
regresar a portada