Ojarasca, septiembre 1999

Recuerdo deMéxico

André Breton

pagfinal Tierra roja, tierra virgen impregnada de la más generosa sangre, tierra donde la vida del hombre no tiene precio, siempre dispuesta, como el maguey hasta perderse de vista que la expresa, a consumirse en una flor de deseo y de peligro. Por lo menos queda en el mundo un país donde el viento de liberación no ha caído. Ese viento en 1810, en 1910, irresistiblemente rugió con la voz de todos los órganos verdes que surgen allí bajo el cielo de tormenta: uno de los primeros fantasmas de México está hecho de uno de esos cactos gigantes de tipo candelabro tras el cual emerge, con los ojos en llamas, un hombre con un fusil. No hay por qué discutir esta imagen romántica: siglos de opresión y de loca miseria le han conferido en dos oportunidades una deslumbrante realidad, y esa realidad, nada puede hacer que permanezca latente, que no siga incubándola el aparente sueño de las extensiones desérticas. El hombre armado sigue estando ahí, bajo sus harapos espléndidos, como sólo puede levantarse bruscamente de la inconsciencia y de la desgracia. De las próximas zarzas del camino se destacará de nuevo, llevado por una fuerza desconocida irá hacia los otros, por primera vez se reconocerá en ellos. No nos detengamos en lo que al término de tales aventuras acarrea aparentemente de rígido la formación de toda jerarquía militar: puede adornarse con el título de general en México cualquiera que haya sido o sea capaz todavía de mover, por su sola iniciativa, cierto número de hombres tomados individualmente en los campos. Los "generales" de que hablo, formados en su mayoría en la ruda escuela de Emiliano Zapata, y algunos de los cuales tienen el poder, siguen participando ellos mismos, hay que decirlo, en ese admirable empuje de la tierra que, pronto hará treinta años, condujo a la victoria a los peones o jornaleros agrícolas indios que constituyen el elemento más odiosamente espoliado de la población. No conozco nada más exaltante que los documentos fotográficos que nos restituyen la luz de aquella época, como la vista de uno de esos campamentos de insurgentes, de pies descalzos, que a pesar de la disparidad de los atuendos y de las actitudes se unen en una misma resolución feroz de la mirada. Los grandes impulsos pueden parecer caducos, las aldeas sobre el pobre trueque de chiles por cerámica puede parecer que han cerrado los párpados, incluso si allí como en otros sitios la corrupción dio cuenta de una buena parte del aparato estatal, no es menos cierto que México arde de todas las esperanzas que han sido puestas sucesivamente en otros países --la URSS, Alemania, China, España--, que en el último periodo histórico se han encontrado dramáticamente defraudadas pero de las que sabemos que acabarán por dar cuenta de las fuerzas que las quebrantan, que son inseparables del móvil humano en lo más misterioso que tiene, en lo más vivaz, que está en su naturaleza en volver siempre a florecer, y hasta de las ruinas de esa civilización.

Traducción: Tomás Segovia

Este pasaje, (circa 1939) fue recogido por Marguerite Bonnet en André Breton: Antología (1913-1966), Siglo XXI, México, 1973.

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