Ojarasca, julio 1999



La coyuntura en contra los impulsa

Aquí y por todas partes, van creciendo los encuentros de pueblos, comunidades, autoridades tradicionales. Los rarámuri, los rarómari y los o'dame de Chihuahua se encontraron de nuevo para seguir repensando su historia. Invitaron ahora a los wixárika, como antes a otros pueblos. Compartieron nuevamente sus cosmovisiones hermanas, sus fiestas y ritos, su organización y sus gobiernos tradicionales, hablaron de invasiones y autonomías, depredación de su entorno y de la madre Tierra. Conflictos todos estos, choques todos, que los hacen o los deshacen como pueblos indios. Ellos insisten en encontrar caminos a su ancestral proyecto de vida verdadera. Caminan una resistencia cada vez más activa y creativa. La coyuntura nacional en su contra no los arrastra, los impulsa.

Al parecer, cada vez más, encuentran un espacio propio para su pensamiento. ``Lo que tenemos en la cabeza'', dijeron por medio de la palabra, que ``sirve para decir el pensamiento''. Es un espacio que se han ido rescatando todos los pueblos indios de México y de más allá, espacio que abre futuro en la bondad humana, desde sus cosmovisiones.

Les urge a los pueblos indios estos espacios como nos urgen a todos. La coyuntura exacerbada, contra ellos, no da para menos, ni da para más. Los pueblos piensan, reaccionan, luchan. Los indios, no en vano, son hombres verdaderos. Son justamente esos, negados en el discurso del Ejecutivo. Si pese a él y a ello son verdaderos, es que tienen razón. La historia que no tiene plazos cortos, ya lo confirmará.

Entre el 18 y el 20 de mayo, se llevó a cabo un encuentro-taller de gobernadores tradicionales en Sisoguichi, en la Sierra Tarahumara de Chihuahua.

La idea de hacer encuentros entre los gobernadores tradicionales (vistos como ``personas elegidas por la comunidad, que guían y ayudan a la gente, para darles buen consejo'') no es nueva, pero ahora los rarárumi han asumido la conducción propia de tales encuentros. Hay la necesidad de abrirse a compartir la palabra con otros pueblos que todavía mantienen viva la fuerza de las autoridades tradicionales, y consideran que los ódame y los wixárika pueden comprender y compartir con ellos lo que los acerca desde sus particularidades como pueblo. Los rarámuri buscan ese cotejo y esa diferenciación, quizá porque saben que juntos pueden entender más todos los cercos que los aquejan.

Quizá este taller rarámuri no emocionaría a quienes creen que los encuentros sirven si tienen ``logros tangibles'', ``avances objetivos''. Lo que los rarámuri propician es reflexión conjunta, ya de por sí algo sumamente político, aunque a veces, desde fuera, no se reconozca su valor.

Comenzaron por pintar la cancha pensando en voz alta el significado de ciertas palabras que estaban en el aire. Para los participantes un taller era un espacio ``para hacer cosas importantes, para reunir la gente, ver los problemas, decir lo que pensamos y sale de nosotros mismos. No nos sintamos porque no podemos hablar bien [el castellano], tenemos que darnos valor nosotros mismos'', y declararon:

Los mestizos dicen que somos flojos porque no tenemos con qué trabajar y ellos sí tienen, por eso dicen que no estamos organizados. Sea lo que sea, es el tiempo de despertar y aunque ya estamos haciendo algo, nos falta porque estamos distanciados, nos falta relación, pero todos, como hermanos que somos, debemos hacer la unión, pensar en cada cosa muy bien, y si no lo hacemos no nos sale --y los que saben nos debilitan.

Un participante cuestionaba: ``Si la cultura es nuestra ¿por qué tenemos que apartarnos? Es nuestro origen, es parte de la cultura de nuestros antepasados, ¿por qué apartarla? Es un esfuerzo que ellos hicieron para nosotros, es una fuerza para nosotros. Todo esto se ha transmitido de generación por generación, para los jóvenes es necesario saberlo, si no se hace estamos perdidos''.

Buena parte del encuentro fue identificar lo que les resta fuerza. Un primer saldo es el siguiente:

La siembra de la mariguana, de la amapola, los vinos, nos quitan la fuerza. En los albergues se pierde la tradición porque no les enseñan [a los niños] las fiestas ni por qué se hacen, qué significado tiene cada ceremonia. La emigración nos quita mucha fuerza. Vamos a las ciudades y al regresar venimos con ideas distintas. Los protestantes nos dicen que nuestras fiestas no deben de ser, que Dios no manda así. Nos prohiben hacer las ceremonias los mestizos que llegan a repartir despensas: los candidatos, los partidos políticos, los de diferentes instituciones llegan todos a ofrecer despensas. Los mestizos se ríen de los gobernadores. El gobierno siempre quiere estar que agarra. Los partidos todos son mejores pero cuando ganan se olvidan de nosotros. También los militares nos vienen a molestar.

Los habitantes de Guachochi remacharon: ``Los partidos políticos nos dividen. Nos dan dinero, una despensa, unos se los lleva el pri, otros el pan, pero si nosotros nos dejamos. Igual las leyes no son de nosotros, serán de los partidos políticos. Nosotros también tenemos algunos gobernadores tradicionales haciéndole favores al presidente, al gobernador''. Pero también los de Norogachi, los de Chinatú, los de Baborigame, Batopilas, Carichí, Cerocahui, San Rafael, San Juanito, Creel y los wixárikas de Jalisco, siguieron el largo recuento de agravios y consideraciones. En voz de todos, se disminuye la fuerza por los programas de la Secretaría de Salud, por la comercialización de objetos venidos de fuera, ``todos los que tienen tiendas se aprovechan y compran barato y venden caro los animales, la comida''. También quitan fuerza las autoridades mestizas (comisarios de policía, jueces, comisariados ejidales que en ocasiones hacen malos manejos administrativos), el desconocimiento de las leyes, la introducción de armas que hace el narco, ``las personas que no son del pueblo y que vienen, hacen desmonte pero no limpian alrededor y nomás prenden el cerillo'', la sobreexplotación del bosque que realizan los mestizos --``antes llovía y ya no, y es por el bosque''--, la renta de tierras a gente extraña y las invasiones, (``los mestizos nos rentan un pedazo de tierra y luego pasa un año o dos y ya se creen dueños y con eso se hacen casa, potrero, se quedan y a nosotros nos hacen pa'rriba''), el coyotaje, el abigeato de ganado, la compra de personas que traicionan su comunidad en aras de los intereses de los caciques, la escasez de agua, las violaciones frecuentes a las mujeres indígenas, la educación que pugna por el castellano, la aculturación de los que se van a estudiar o trabajar fuera de la comunidad.

Para los participantes las carreteras tienen un papel ambiguo. ``Por un lado sirven para transportar algún enfermo rápido de un lugar a otro para que lo atiendan mejor [...] por otro lado se transportan cosas malas para nosotros como las bebidas embriagantes o se saca la madera'', y lo contrastan con el papel de las veredas de la sierra porque, añaden, en su territorio ``la unión de los pueblos de las barrancas y los ranchitos, la comunicación, son los caminos que nos juntan''.

Pese a todos los agravios, los rarámuri, rarómari, ó'dames de Chihuahua y wixárika de Jalisco, saben el valor de las juntas. Efectivamente, el logro principal de la reunión --aunque parezca una perogrullada-- es haberse reunido algunos de los pueblos serranos del occidente y el noroeste del país. ``Es en las reuniones de puros indígenas donde se ponen de acuerdo, se discuten los problemas que hay en la región y se arreglan''. Y saben también que en los Consejos de Ancianos y mediante los gobernadores tradicionales, sigue viva la herencia de ser de la tierra y tratar de equilibrar su mundo. Resistiendo, qué otra.

Hablando claro nos entendemos. Hace más de 500 años, cuando vino la conquista, algunos resistimos. Decimos, nosotros somos de estas tierras de América, estamos en nuestra tierra, no vinimos de otros lados ni robamos tierra. La cultura es de nosotros [...] Los sabios son los ancianos, hay que platicarle a los jóvenes, hacerles despertar, pensar.

Ricardo Robles

Regresar a la Portada