Ojarasca, julio 1999



La fiebre tiene historia

Salvador Novo

Capítulo de una curiosa y hoy olvidada Breve historia y antología de la fiebre amarilla (La Prensa Médica Mexicana, 1964), escrito por encargo gubernamental, este libro sirvió de pretexto para que Salvador Novo disertara, en buena prosa, sobre algunos aspectos de la historia simbólica de México.

México encuentra su raíz en el pasado prehispánico. De él deriva emoción, sensibilidad y figura: afinados, pero imperecederos, a lo largo de siglos de convivencia y mezcla con la cultura occidental.

Pero también puede afirmarse que si en el México moderno sobrevive y perdura el mundo prehispánico, en aquella raíz indígena se contiene, avizor o premonitorio, el futuro de México; que en la sabiduría de sus mitos y en la filosofía de sus cantares, se formula el conocimiento: la percepción consciente de la dialéctica que rige al Universo: el principio de la dualidad --el Ometeotl--, ``dios dos'' que preside la explicación nahua del mundo y de las fuerzas en juego: el bien y el mal en perpetuo combate y en triunfo alterno (Quetzalcóatl y Tezcatlipoca).

Aún más acusadamente que los nahuas, los mayas profesaron en sus mitos este concepto de la dualidad en la creación y la marcha del mundo, con la diferencia de que fueron masculinos los dos aspectos del dios dual. Pero siempre en acción simultánea: junto al dios encargado de sembrar un árbol, aparece el que plantea su destrucción.

El estudio del mundo prehispánico depara a los investigadores la sorpresa inexhausta y múltiple de la sabiduría de aquellos pueblos. Los mitos en que condensaron, sublimaron, su observación profunda de los fenómenos, participan de la religión, sustentan una filosofía, conforman su literatura --y conservan para el hombre de ciencia futuros datos que han de asombrarle por su utilidad documental, tanto como porque, dentro del fantástico que les reviste, coinciden con lo que la ciencia más precisa, experimental y moderna ha encontrado en explicación de los propios fenómenos. Interpretados con criterio mágico por aquellos pueblos, nuestro tiempo ha penetrado y comprobado su flagrante validez científica.

Los hombres de ciencia han comprobado hoy que ciertos monos --el aullador y el araña-- y un mosquito --Aedes aegypti-- son los siniestros cómplices en la propagación de la fiebre amarilla. Y monos y mosquitos aparecen, deificados, en el mito de los mayas.

Animal sagrado, este simio (de quien Darwin haría descender al hombre, para investir a éste con el plausible carácter de un mono degenerado) ha sido antes el hombre a quien los dioses crearon para que les alimentara; y el que se salvó de un diluvio con trepar a los árboles, en que ahora habita. El simio sagrado preside ceremonias. Su cola se enrosca --semejante en su estilización a la serpiente nahua-- en los relieves y en los códices mayas.

Semejante totemismo carecería de interés en relación con la fiebre amarilla si no revelara, con la máxima claridad, que los mayas reconocieron en los monos y en los mosquitos (con ello anticipándose en siglos a la ciencia occidental) a los agentes de ese mortal padecimiento. Gracias al Popol Vuh, su Libro Sagrado, conocemos hoy, tanto la antigüedad de la fiebre amarilla en la América de su origen, cuanto su etiología descrita en el más antiguo documento asequible. Y gracias a ese libro sagrado, entendemos de golpe que epidemias devastadoras hayan despoblado de súbito las ciudades mayas, y promovido las migraciones, de otra manera inexplicable, y así lógicas.

Como el Ometeotl de los nahuas, un dios dual, doblemente masculino, crea el Universo maya. Después de los diluvios: sucesivamente creado de cada vez mejores sustancias, y destruido, el hombre, el Popol Vuh describe una genealogía en que volvemos a encontrar vigente el principio dialéctico de la dualidad. ``Supremo Muerto'' y ``Principal Muerto'', jefes de Xibalbá y ``grandes decidores de palabras'', celebran un consejo y deciden lanzar la ofensiva de sus agentes, dotados de un poder que la ciencia médica ulterior reconocerá como sintomatología precisa de la fiebre amarilla: ``Extiende Tullidos'' y ``Reúne Sangre'' tendrán por misión dar a los hombres flujos de sangre; ``Hacedor de Abscesos'' y ``Hacedor de Ictericia'', la de darles abscesos en las piernas y amarillear su rostro; ``Gavilán de Sangre, Opresión'', hacer que el hombre muera súbitamente en el camino, vomitando sangre.

Los mayas ocuparon una región que les instalaba en estrecho contacto con la selva poblada de monos. De éstos aprendieron a alimentarse con los frutos en que abundaban los bosques de Tamaonchán --o sea Paxil y Cayalá, parte de la actual Guatemala: zapotes, anonas, manzanas, jocotes, cacao, miel-- y el chicozapote, fruto del árbol del chicle y manjar favorito de los monos. Para asentar la civilización del maíz, hubieron los mayas de abrir grandes claros en los bosques. En la leyenda, Maestro Mago y Brujito derrotan a los simios y fuerzan a Maestro Mono (aullador) y a Maestro Simio (araña) a permanecer prisioneros de los árboles. Es en ese punto de la leyenda donde la observación maya-quiché registra a los mosquitos como la ``fuerza aérea'' encargada de atacar ferozmente a los jefes. Cuando los dos primeros caminaron, ``Descendieron hacia Xibalbá. Descendieron aprisa la pendiente rápida y pasaron los ríos encantados de los barrancos. Los pasaron entre pájaros. Son los pájaros llamados ``congregados''. Pasaron el río Absceso, el río Sangre... Salieron de allí, llegaron a la encrucijada de los Cuatro Caminos. Ahora bien, ellos conocían los caminos de Xibalbá: el camino negro, el camino blanco, el camino rojo, el camino verde. Por tanto, desde allí enviaron a un animal llamado Mosquito: éste debía recoger las noticias que ellos le enviaban a buscar.'' Y estas eran sus órdenes: ``Pica a cada uno de ellos. Muerde primeramente al que esté sentado primero y después acaba por picarlos a todos. Tu alimento será chupar en los caminos la sangre humana.'' ``Muy bien'' --respondió Mosquito. Entonces entró por el camino negro. Llegó junto al muñeco labrado en madera, los primeros sentados, engalanados. Picó al primero que no habló; picó al otro, picó al segundo sentado que no habló... Picado el sexto, dijo: ¡Ay! -¿Qué, Reúne Sangre? --le dijo Extiende Tullidos. ¿Quién os picó? --dijo el séptimo, que fue entonces picado. ¡Ay! --dijo ¿Qué, el de la Ictericia? -- le dijo el del Absceso... ``Así fueron nombrando sus nombres; todos se nombraron uno al otro... siendo nombrados cada uno de los capitanes por el otro... en realidad no era un mosquito quien les había picado, quien había ido a escuchar todos sus nombres para revelárselos a Maestro Mago, Brujito.'' Después de que descubrieron los nombres y saludaron a los jefes, entre ellos a Reúne Sangre y al de la Ictericia, y vencieron las pruebas, ``entonces, invictos, entraron en la Mansión Tenebrosa''.

El Xibalbá maya-quiché equivale al Míctlan de los nahuas. Es el inframundo, la mansión de la muerte. Los cuatro caminos que a él conducen son también los Cuatro Rumbos del Universo nahua, aunque no correspondan sus colores a los que los nahuas atribuían a los suyos.

Pero si el Popol Vuh nos proporciona, dentro de la magia misteriosa de su relato, esta acta de nacimiento de la fiebre amarilla y esta descripción de sus síntomas, otros documentos indígenas son en ello aún más elocuentes. Las menciones del xekik, que significa vómito de sangre, en los Chilam Balames de Chumayel, de Tizimin y de Kaua, permiten determinar la cronología de la aparición y de las recurrencias de esa epidemia antes de la llegada de los españoles. Según esos documentos, la primera fecha de un xekik corresponde a una época entre 1480 y 1485. Hay empero la referencia profética que permite situar de 1342 a 1362 una epidemia que así resultaría la primera que se registra en América, y que consistió en ``muertes súbitas, arrebatadas, sin motivo, y vómitos de sangre'', que se habían presentado ya a despoblar sus ciudades, y de las cuales las profecías anunciaban la temerosa vuelta.

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