Ojarasca, junio 1999

El Estado puede hacer como que resuelve, pero los mexicanos ya no parecen dispuestos a hacer como que sus demandas fueron satisfechas. Basta echar un vistazo al panorama de las luchas y resistencias a todo lo ancho de la República. Cada una es testimonio de que hoy se extienden en el país la inconformidad, la rebeldía y las ganas de cambio.

Previamente, en la antesala del descontento, se encuentran el incumplimiento de los compromisos gubernamentales y la más cruda represión que hemos visto en muchas décadas. Mientras cunden sed y disposición para la democracia, el Estado autoritario se enmascara detrás de las pantallas de la televisión, donde empresas especialistas en el maquillaje, la manipulación y la simulación le hacen trabajo de imagen, y a la vez dejan ir todos sus perros y sus dedos flamígeros contra los que protestan o son de oposición.

Además procuran ocultar los verdadero problemas: la inequidad, el racismo en los hechos, el delincuencial uso del poder político y económico. Pero sobre todo invisibles entre los invisibles, los pueblos indios son la evidencia más candente de la situación real del pueblo mexicano.

La insubordinación popular es el principal contrapeso al descontrol político dentro del sistema dominante. La crisis de régimen que se aproxima a la vista de todos, será definitiva. El Estado carga un lastre de cuya responsabilidad no puede zafarse y cada día pesa más: una cadena de escándalos en la cúpula, continuas agresiones policiacas y militares contra los de abajo, los efectos sociales de las perversiones que acarrea el neoliberalismo económico, y los peores daños que haya sufrido la soberanía mexicana desde los tiempos de Quinceuñas López de Santa Anna.

En el mismo paquete de desmesuras, cada día es más poderosa la delincuencia, y menos dicernible de los aparatos políticos y financieros.

Pero México tiene pueblo para rato. Y una creciente reserva de dispositivos legales (o que pugnan por ser legales) para la resistencia, la defensa de los derechos humanos, la movilización y organización ciudadanas, la salvaguarda de la dignidad y el sostenido reclamo de igualdad, pluralidad y tolerancia.

El sistema está podrido y sigue dominando, pero el pueblo está despierto, o se anda despertando, a pesar del cloroformo, la información y el entretenimiento teledirigidos, a pesar de los fusiles apuntando hacia las comunidades indígenas tras los señuelos de inversión social contrainsurgente y electorera, a pesar del régimen de miedo que los poderosos buscan imponer en las calles y los corazones.

Como es su costumbre, el sistema político quiere comprar conciencias para imponer condiciones. Pero todo indica que ya no puede. 

REGRESAR A LA PORTADA