Ojasrasca, junio 1999 
Guatemala
En la hoguera del racismo
 
Pablo Yanes

El racismo tiene en Guatemala raíces profundas. La discriminación de los pueblos indígenas es la matriz cultural fundamental de una oligarquía que ha vivido en buena medida de los pueblos mayas, y que reconoce dormir siempre con un ojo abierto perseguida por el fantasma de Patzicía, poblado donde ocurrió, durante la década revolucionaria 1944-1954, un levantamiento indígena en el que fueron muertos los ladinos (los no-indios) del lugar. (En esa época el propio Partido Guatemalteco del Trabajo sostenía la tesis de que los indios constituían la reserva de la reacción). Se combina así el estereotipo del indio borracho y haragán con el del indio peligroso y levantisco. Látigo para que trabaje, fusil para que obedezca. El racismo y la discriminación que se transpira en la vida cotidiana del país es de matriz oligárquica, pero se encuentra extendida en amplias capas sociales urbanas y rurales, se ha logrado introyectar como parte de la cultura social y constituye el más formidable obstáculo para romper con la exclusión y negación de que son objeto los pueblos mayas.

La ferocidad que adquirió la guerra interna y la contrainsurgencia en Guatemala sólo es explicable por el racismo. El informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico, producto de los acuerdos de paz, es elocuente: el saldo del enfrentamiento armado --en muertos y desaparecidos-- llegó a más de 200 mil personas. El 83.3% de las víctimas pertenecían a algún pueblo maya. Del total de las 200 mil víctimas, el 32% fueron kiches, el 13% qeqchies y 11% mames e ixiles.

Un testimonio recogido por la Comisión: En 1981 y 1982 especialistas del ejército originarios de Sacapulas y otros municipios de Quiché que tenían acceso a la comandancia de la base militar número 20 de Santa Cruz del Quiché (6a. Zona Militar Mariscal Gregorio Solares) reportan haber escuchado que el primer y segundo comandantes habían girado órdenes de matar a todos los indios.

Un documento desclasificado del Departamento de Estado norteamericano: La creencia bien documentada del ejército de que la población indígena ixil en su totalidad estaba a favor del Ejército Guerrillero de los Pobres (egp) creó una situación en la que se podía esperar que el ejército no dejara sobrevivientes de igual forma entre combatientes y no-combatientes.

Una recapitulación de la propia Comisión: La persecusión de sacerdotes o guías espirituales ejectuados fue de especial trascendencia en el área ixil. Además, el ejército destruyó los lugares sagrados, bombardeó las montañas de Juil, donde se encuentra la montaña sagrada de los ixil, causando la interrupción forzada de los ritos mayas. Al igual que en templos católicos, el ejército ocupó los centros religiosos mayas con destacamentos militares o bien construyó aldeas modelo sobre sus ruinas. Uno de los efectos más extendidos y profundos del enfrentamiento armado es la vulneración de las estructuras comunitarias mayas y sus mecanismos de reproducción material y cultural. La violencia afectó sus sistemas de autoridad, sus normas de convivencia social y sus elementos de identidad cultural.

De esta guerra, sucia entre las sucias, nacieron en 1996 unos acuerdos de paz que le dieron fin al enfrentamiento armado interno. Acuerdos bajísimos, resultado de la combinación entre un movimiento revolucionario derrotado, pero no exterminado, un ejército desgastado y una sociedad exhausta. Los acuerdos, firmados en 1996, partían de la necesidad del reconocimiento de la cultura y los derechos indígenas y de acotar el papel del ejército. Ambos implicaban reformas constitucionales y su aprobación quedó sujeta a una consulta popular que se celebró el pasado 16 de mayo. Estos acuerdos desataron, sin embargo, la oposición máxima de los poderes fácticos que gobiernan Guatemala y el resultado fue, con un abstencionismo cercano al 80%, el no a las principales reformas constitucionales que se habían pactado en los acuerdos de paz.

Aunque la consulta contemplaba 50 reformas constitucionales, la polarización se produjo en torno al tema indígena. Las reformas propuestas en esta materia eran tímidas y no rebasaban, por ejemplo, el techo del actual artículo cuarto constitucional mexicano, pero provocaron una furiosa oposición de los sectores oligárquicos que gracias a su control de los medios de información y con la ayuda de las iglesias evangélicas neoconservadoras, que tuvieron su punto de despegue durante los años duros de la contrainsurgencia, desataron una campaña linchadora contra la propuesta de reconocer la naturaleza pluricultural y multilingüe de la sociedad guatemalteca, diciendo, por ejemplo, en boca de la llamada Liga Pro-Patria que se buscaba crear un "Estado indígena del cual quedarían marginados los no indígenas".

La Alianza Evangélica de Guatemala recurrió inclusive a argumentos teológicos: "De acuerdo con la palabra de Dios se sentencia: Que un reino dividido contra sí mismo es asolado y una casa dividida contra sí misma se derrumba. Lucas 11:17. Eso propician las reformas, dividir y confrontar a la sociedad guatemalteca y sembrar el germen que inminentemente provocará incluso el fraccionamiento territorial" (El Periódico, Guatemala, 13 de mayo de 1999).

Resultado de esta campaña, explotó el racismo social para convertirlo en racismo político, y triunfó el no por una diferencia de quince puntos. Aunque la polarización se produjo en torno al tema indígena, obtuvo mayor oposición la propuesta de modificar constitucionalmente el papel del ejército; en particular, establecer claramente que su papel es sólo defender la soberanía y la seguridad exterior y no la interior, como actualmente se encuentra establecido.

Lo más llamativo del mapa de resultados de la consulta es que expresa gráficamente la fractura interna de la nación guatemalteca. El altiplano indígena --con la importante e inquietante excepción de Quezaltenango-- así como el Norte del país, es decir, las áreas de concentración de los pueblos mayas y el escenario principal del conflicto armado interno, votaron por el sí. En cambio la ciudad capital, la costa sur, centro del capital agroexportador y el oriente, bastión histórico de las fuerzas anticomunistas, votaron por el no. La ciudad capital votó abrumadoramente por el no: 70%, mientras que El Quiché, el departamento más asolado por la guerra interna y las masacres, lo hizo por el sí: 66%. El y el no quedaron claramente territorializados. Los departamentos indígenas y todos los departamentos fronterizos con México por el sí; la ciudad capital, los departamentos que ven al Pacífico y los fronterizos con Honduras y El Salvador por el no.

Si el no constituye un serio revés a la búsqueda de un nuevo proyecto de nación, incluyente y unido en su diversidad, la distribución territorial del voto complica aún más el panorama al volver a poner cara a cara a la capital contra las regiones indígenas y al oriente contra el occidente. El no ganó esencialmente por la movilización política de las fuerzas de la derecha en la capital y habrá que ver las implicaciones que ello acarreará en la percepción política de los pueblos mayas.

Aunque el triunfo del no se ha leído también como un rechazo a la clase política local (todos los partidos políticos, con la ex-guerrilla incluida, se habían manifestado por el sí), lo cual es parcialmente cierto, también lo es que los principales damnificados de este rechazo son las fuerzas políticas involucradas en el proceso de paz. De este rechazo no queda más que una campaña racista y autoritaria que le otorga legitimidad política, parcial, pero real, al racismo centenario de la oligarquía y al estatus actual del ejército. Es, en todo caso, un rechazo que se lleva consigo la posibilidad de efectuar las reformas elementales que le otorguen a Guatemala la oportunidad de construirse un horizonte de esperanza.

Fue el peso de 200 mil muertos el que hizo que finalmente se hablara en Guatemala de pueblos mayas y de derechos indígenas. Su movimiento ascendente viene de lejos y plantea una profunda disputa entre la patria del criollo y la nación pluricultural y multilingüe. Si algo ha caracterizado a estos pueblos es su capacidad de organización y resistencia. Lo dice la propia Comisión de Esclarecimiento: "La larga historia de agresiones sufridas por el pueblo maya adquirió formas específicas durante el periodo de la guerra interna, pero igualmente se produjeron respuestas y se activaron mecanismos de resistencia".

Tarde o temprano, si Guatemala como país desea continuar unido, tendrá que reconocer su íntima naturaleza pluricultural. Ese bello y atroz país centroamericano es un ejemplo de que la nueva unidad de las naciones y la posibilidad de un nuevo concepto de la soberanía pasa precisamente por el reconocimiento de la diversidad y los derechos de los pueblos. Que ello se haga sin una sola gota más de sangre es responsabilidad de los guatemaltecos y también de la comunidad internacional, para que finalmente del nunca más surja la nueva Guatemala.
 

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