UMBRAL

Los Acuerdos de San Andrés no son un símbolo (aunque también lo sean); son una evidencia. Lo son de la capacidad de elaboración y la claridad política de las organizaciones indígenas que los ganaron e impulsan; de su capacidad de resistencia y lucha pacífica. Y también evidencia de que el gobierno y el gran capital no quieren, y dicen que no pueden, cumplir lo que los representantes del presidente Zedillo firmaron hace tres años, el 16 de febrero de 1996, en San Andrés Sacamch'en, Chiapas.

Se aproxima la consulta nacional convocada por los zapatistas, contra la guerra de exterminio y por los derechos de los pueblos indígenas. (Cuál guerra, si no la hay, dicen los voceros y sus bongoceros. Cuáles derechos, si ya todos somos iguales y desde cuándo, agregan. Es cosa de darle una manita de gato a los rezagos y las ``anomalías históricas''.) El carácter efectivamente nacional e internacional de la consulta reitera lo ya demostrado: mientras no se salde la cacareada, pero real, deuda histórica de la nación con los pueblos, no existirán condiciones para una democracia medianamente verosímil.

Por eso mismo, la consulta, con los actos públicos, reflexiones y movilización que la anteceden y la seguirán después del 21 de marzo, no es un asunto de o para los pueblos indígenas exclusivamente. Está claro que el tránsito de México a la democracia y demás sólo será efectivo si pasa por los pueblos indígenas, la justicia, la dignidad, la tolerancia incluyente. La consulta lo subraya a los ojos de todo el que vea, independientemente del rating encubridor de la televisión nacional y la acatada cobertura autoritaria, dentro de los medios de comunicación, de las versiones emanadas de las oficinas de comunicación social de la Presidencia de la República y la Secretaría de Gobernación.

El problema con los indios es que son indios. Con eso de que el racismo ``no existe'' en México --y menos entre los mestizos, válgame dios--, y el mestizaje mexicano es el más ``exitoso'' del mundo, según se ufana la nueva ofensiva propagandística de la derecha ``no gubernamental'' (que en esencia dice lo mismo que la derecha sin adjetivos que gobierna el país), ¿dónde quedaron los indios? Ha de ser en un limbo de inversión social sólo clientelarmente garantizada, y como quiera a cuentagotas.

Aunque suman por lo menos diez millones, los indígenas antes eran invisibles por diversos motivos; luego hubo que voltear a mirarlos. Ahora no se les distingue bien porque los oculta la muralla de la militarización a que están sometidos por lo menos la mitad de los pueblos indígenas en México (en Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Veracruz, Jalisco, Yucatán, Chihuahua, La Huasteca, Puebla, Sinaloa, Nayarit...). Y luego también los cubre (es un decir) un alud de promesas, acuerdos incumplidos, periódicos de ayer, confeti electoral y basura consumista. Todo eso volcado sobre los pueblos. ¿Cómo se les podría ver? Si antes digan que ahí siguen, aferrados que son. (Para qué tanta terquedad premoderna, se preguntan arriba los privatizadores totales de la cosa --soberanía incluida.)

El clientelismo oficial hacia los indígenas se moderniza activando la mayor ocupación militar del territorio en la historia de México, y se materializa emblemática en lo paramilitar. Antes gorras, credenciales y despensas; hoy armas, veneno y adiestramiento. Y un adoctrinamiento oficialista, como siempre torpe, que ya no tiene por qué afinarse si de todos modos nadie lo cree.

Pero los pueblos indígenas no sólo existen, también piensan, por su cuenta, y en el futuro.