Umbral

Si algo señala y marca el fin de siglo mexicano, en medio de los desconciertos, transiciones y desastres, es el renacimiento (¿o cómo llamarlo?) de los pueblos indígenas, de sus culturas, sus luchas, sus lenguas. Hoy nadie escapa al debate sobre sus derechos. Sus cosmovisiones y formas de organización comunal han ganado el reconocimiento ora si que ontológico que se les negó siempre.

Aún siendo una minoría nacional (un supuesto 10 por ciento de la población, como sus enemigos no se cansan de proclamar), los pueblos indígenas de México, que son muchos y hablan 56 lenguas distintas, están en el centro de la problemática nacional. La década reciente ha sido el tiempo de su ``aparición'' en el escenario. No sólo migran, sobreviven y resisten. También se sublevan, y su ya basta conmueve y mueve a la solidaridad y la simpatía entre la población no india del país, y en muchos países del mundo.

Los indígenas han recuperado el derecho a la palabra. A que sus idiomas sean dichos en voz alta. Algunos recuperan su expresión escrita, otros la conquistan por primera vez en su historia de pueblos ágrafos, pero no desmemoriados.

La persecusión y el asesinato impune eran la regla con ellos. Estaban condenados a desaparecer, incorporados a la mítica unidad nacional que se inventó el sistema para prevalecer. Te integras o te mueres, era el mensaje implícito.

Esta ``minoría'' condenada, el México invisible, profundo, olvidado, dio la sorpresa al brincar por todas partes, poblando con sus voces los espacios mediáticos, las movilizaciones nacionales y las preocupaciones culturales.

Los efectos políticos de este surgimiento múltiple aún están por verse. Por lo pronto, la suya ya no será la visión de los vencidos. La victoria cultural que comparten zapotecos, wixárikas, tzeltales, mazatecos, mixtecos, nahuas, mayas, es ya innegable.

No sólo impusieron la validez de sus derechos, costumbres y lenguas. Además accedieron a los instrumentos de transformación, a la escritura de sus idiomas y el aprovechamiento de las nuevas tecnologías de informática y comunicación.

Artistas y cantores siempre los hubo en estos pueblos. Pero hoy nace una pléyade de escritores en las lenguas indígenas que representan una auténtica revolución literaria. Sobre todo porque algunos de ellos se cuentan entre los mejores escritores mexicanos vivos.

Y eso sí es una novedad. Si exceptuamos la estupenda tradición literaria zapoteca y la escritura náhuatl, la voz de los artistas y los pueblos vivía encerrada en archivos y estudios etnográficos, bajo el frecuente rubro de ``folclor'', ``cultura popular'' u otras acepciones del costumbrismo.

En 1998, podemos afirmar que el futuro de los pueblos indígenas cambió definitivamente. Quién sabe que va a pasar, pero los indios mexicanos ingresaron al nuevo milenio por la puerta más grande.

Y esto sólo un sistema de dominación decrépito y pasmado puede vivirlo como una amenaza. En realidad, es un privilegio para los mexicanos. La sencilla sabiduría ancestral de los otros Méxicos hace algo más que sobrevivir. Se instala en la modernidad. Su modernidad.

Ni el país, ni el mundo, podrán hacerse los indiferentes.

Ojarasca cumple nueve años de acompañar, unos ratos caminando, y otros nada más andando, los movimientos sociales y las efervescencias culturales del México indígena. En octubre de 1989, bajo el nombre prestado de México indígena (cuyo dueño era el Instituto Nacional Indigenista), salió el primer número de la revista que dos años después, al pedir el ini que le devolviéramos su título, cambió al más holgado nombre de Ojarasca, para alivio de la institución gubernamental y de los propios editores.

Eso de acompañar a los movimientos y los pueblos de Guerrero, Chiapas, Oaxaca, Jalisco, Puebl, Veracruz, Tabasco, Chihuahua, Michoacán, además de ser siempre parcial y relativo, también ha tenido sus costos.

No siembre estuvimos en condiciones de salir periódicamente. Pero no morimos. Y desde 1997, la hospitalidad de La Jornada ha permitido que, en su tercera encarnación, Ojarasca siga.

A lo largo de la presente década, la discusión sobre autonomía, derechos humanos, diversidad religiosa, expresión estética y movilización política de los pueblos indios ha encontrado en Ojarasca un espacio. Escritores y analistas indígenas y no indígenas han tejido aquí, y en algunas otras publicaciones, el entramado de su resurgimiento digno y combativo.

Aquí seguimos. Y nos honra contar para este número con las voces de distintos escritores, maduros y jóvenes; son 13, una pequeña muestra de lo que hay, un anuncio de lo que puede haber. Para esto, contamos con la colaboración inapreciable de la Casa de los Escritores en Lenguas Indígenas, que hasta hace poco presidía Natalio Hernández, y ahora Juan Gregorio Regino, y que agrupa a un centenar de autores de todo el país. Además, promueve la escritura, publicación y lectura de esta nueva literatura mexicana.

Felicitamos pues a nuestros lectores, que en esta ocasión tendrán acceso a una lectura extraordinaria. Y nos felicitamos nosotros por tener el privilegio de servirles como vehículo de su palabra. En esta ocasión Ojarasca es totalmente bilingüe, para que los lectores tengan una muestra, breve pero reveladora, de este esplendor de lenguas.